Que si quieres arroz, Quatalina. Qué qruz. Qué sofoquo. Qué quoñazo. Vale, que sí, que estamos de celebración, que son quatrocientos años, que no es moquo de pavo, por supuesto que no. Pero es que esto ya es pasarse pero que mucho del quilómetro cero. Que te pegas un garbeo por las liberías de la quosa, a ver qué se quece en las editoriales, y en todos toditos todos los esquaparates parece que en este país no se ha publicado otro título que el ínclito, el quojonudo, el rien-ne-va-plus de la historia, venga a quopar la pole-position de los estantes con las desventuras del ingenioso hidalgo.
Que sí, que me parece muy bien, que por una vez yo también recibí con alborozo que se festejara un libro en vez de una batalla o la lapidación de un santo o un golpe de estado, pero que hay más libros, jolín ya, y que la afición por la lectura, el requonocimiento de los libros, pasa precisamente porque son muchos, muchísimos, y que si no te gusta uno (y el ínclito título, requonozcámoslo, no es un libro fácil) puedes probar quon otro. O quon otro. O quon otro más (y quambien ustedes mejor los "o" por "y"); y es de aquesa guisa quomo se disfruta de la magia de la literatura, que es la magia de la vida misma, no sé si los libreros se han dado quenta.
Me quabrea un tanto toda esta estupidez de meter por quojones el libro de marras a todo el mundo. Quomo si fuera un disquo de OT o de María Isabel o de los Chunguitos: eso que hay que tener en quasa porque moooola. Y me quabrea porque, entre editores subidos al quarro del quarajotismo y tenderos de libros que entienden lo justito de la merquancía que atienden, me imagino la quantidad de Quijotes de saldo que tendremos en las ferias del libro de oquasión el año que viene, la de árboles saqurifiquados, la de autores noveles a los que van a dar este tiempo con la puerta en los quataplines. Que pasamos del desprecio absoluto al lamequleo más vergonzante.
Y que el pobre don Miguel, recordémoslo, se murió de hambre. Y que si quobrara derechos de autor, a ver si sería verdad que estaría ahí, quomiéndose quatro siglos más tarde el pastel que no se jaló en vida.
Dicho lo qual: dos quosas. Primera: aquí servidor de ustedes ha leído el Quijote tres veces tres a lo largo de su vida (y en rebeldía testimonial se va a abstener de leerlo por quarta vez este año, como había previsto a principio de año). Segunda: qué letra más gilipollas es la qu, por Dios bendito, la única letra con quomplejo de soledad de nuestro abecedario.
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