Se celebró hace unos cuantos días (es un decir... o no), el aniversario de la República. Y, sin entrar en más disquisiciones sobre el tema (excepto contarles brevemente a ustedes que el otro día, en clase, tuve que recordarle a uno de mis chavales que ser republicano y español no eran cosas contrapuestas; no me hizo ni puñetero caso, claro), recordando que hay repúblicas dictatoriales y democráticas monarquías parlamentarias, que el imperio que hoy tenemos encima es una república, y que aunque la conveniencia monárquica esté arraigada en nosotros la lógica de lo republicano es aplastante, sin entrar en más disquisiciones, les decía, me sorprende un mucho cómo se planteó la conmemoración del 14 de abril el otro día. O lo mismo se plantea así desde hace años y yo, que salgo poco entre semana, no me había dado cuenta.
Porque una cosa es ser republicano y otra trabajar en un circo. Digo yo. Y me parece que tendría que haber mejores formas (y lo mismo, ojo, no las hay) para expresar un sentimiento legítimo. Pero por lo que vi, al menos aquí en Cádiz, expresar tu republicanismo se redujo a ver a un puñado de chavales y no tan chavales, desharrapados como viene siendo norma últimamente, con botas de esas militares que tienen que hacer daño hasta en las corvas, y con jerseys de hilo basto (hilo muy basto), con los colores triples de la bandera de la Segunda República. Bien a la vista, como diciendo: ole nuestros cojones, qué valientes somos, qué chulos somos, que no vamos a Zara y nos hacemos la ropa a nuestro gusto. Súmenle ustedes pins, gorritas tipo Bob Marley, alguna camiseta donde además aparece la hoja del cannabis y pasen señores pasen y convenzan a la población de lo que es y queremos que sea la república. Por la calle de San Francisco arriba, sonriendo de oreja a oreja y con una sensación incomensurable de lo molón que era, un nota jovencito-pero-menos desfilaba él solo con un banderón tricolor enorme, con palo de peuvecé y todo, y yo diría que marcando el paso y prieta la fila de él mismo. Un locuelo inofensivo, me dirán ustedes. Pues sí. Lo malo es que, de verdad, parecía sacado de la portada de un álbum de Martínez el facha.
O sea, que defender la república se queda en eso: en saquear el armario hippie cada catorce de abril. Si los jóvenes derechones visten politos con el reborde rojo y amarillo en el cuello (que ya hay que ser hortera), llevan en las muñecas pulseritas de plástico o de hilo con los mismos colores rojo y amarillo (que para ellos es gualdo, faltaba más), y combinan a la perfección los mocasines y las chaquetas azul marino con la gomina y las gafas de sol y el himno nacional en el móvil, los demás no van a ser menos. Una cuestión política se convierte, al fin y al cabo, en un asunto de moda. Jurar por Snoopy o jurar por Mafalda.
(Este fin de semana mismo, en las ruinas de Baelo Claudia, hay una manisfestación para que eliminen un adefesio moderno de al ladito de la ciudad romana. Van todos vestidos de romanos y romanas: o sea, de carnaval. La manera ideal de pasar un buen rato con la prole y salir en los periódicos, eso seguro. Dudo que sea la forma más efectiva de que los tomen en serio).
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