Pues ahí tienen ustedes que hoy hace cien años que murió Julio Verne, y como a todos nos gusta más un aniversario que a un tonto un pirulí de fresa, en todos los periódicos y telediarios del mundo se le recuerda. A deshora, tal vez. Con merecimiento, sin duda, pero me temo que con algo de perspectiva errónea.
Don Julio fue un machaca de la escritura, como sólo pueden serlo los novelistas del diecinueve, en la tradición de Dumas, de Balzac o de Dickens, todos sin duda infinitamente superiores a él. En sus libros, en sus innumerables libros, se dan cita el folletín, la especulación, el deseo enciclopedista de enseñar a toda costa, la guía de viajes y lo exótico, más una no disimulada fascinación por la tecnología de la época. Reducir a Verne a mero escritor de ciencia ficción, a mero visionario que no fue, es un error de bulto. Es lo que tiene recuperar a toda costa los mitos de la infancia.
Porque, me temo, poco interés puede despertar ya hoy la literatura verniana. Enfrentarnos hoy a su obra más característica, sin afeitar (es decir, sin los convenientes o inconvenientes retoques que nos la acercaron, descargando de polvo y paja sus escritos, acercándolos al público juvenil que fuimos y simplificando sus tramas para hacerlas asequibles a todos) es tarea titánica que no todos serían/seríamos capaces de abordar. ¿Qué queda hoy de ese empeño en enseñar con sus escritos, de viajar a países ignotos, de maravillarse con una ciencia que ya ha quedado obsoleta? ¿Tiene Verne algo que ofrecer todavía al lector de hoy, ese que se conecta a los documentales de la 2, que está suscrito a National Geographic, que vuela en avión y se comunica por teléfono móvil y que dispone de internet y tiene acceso a cualquier detalle enciclopédico con sólo pulsar una tecla o abrir un libro?
No lo sé. Es la pregunta que me hago. Al contrario que su contemporáneo H. G. Wells, no sé si los personajes de Verne tienen hoy algo que aportar al ciudadano de ahora, a no ser que interpretemos al más característico de todos ellos, Nemo, como un terrorista fanático enfrentado a occidente, un borrador literario de Bin Laden. Mientras que Wells reflexiona sobre los futuros posibles y hace predicciones espantosas que se cumplen, porque Wells era un moralista y un filósofo y un hombre que iba más allá de su tiempo, no tengo muy claro que hoy se encuentre en Verne esa reflexión indispensable. La máquina del tiempo, El alimento de los dioses, La Guerra de los Mundos se leen hoy y se adaptan y nos ofrecen lecturas nuevas. No sé si Los hijos del capitán Grant, La isla misteriosa, Veinte mil leguas de viaje submarino o Robur el Conquistador tienen ya la misma garra que tuvieron, ni si resistirían otra visión distinta a la que nos ofreció Walt Disney en los años sesenta.
Comentarios (68)
Categorías: Ciencia ficcion y fantasia