Creo que la cosa empezó con Los locos de Cannonball, y me temo que se ha desmadrado un tanto desde entonces. Lo que al principio era un divertimento, ver cómo los actores son seres humanos (aunque a veces ellos mismos no se lo crean) y se equivocan y se ríen y meten la pata, o sea, una forma un poco chusca de completarnos esa otra cosa que también se ha puesto de moda, el making of, ha acabado por ser... pues eso, un relleno descarado de minutos que, me temo, intenta enmascarar la falta de ingenio.
Porque díganme ustedes qué gracia tiene que, en un programa de humor, donde se supone que quien se tiene que reír es el público, nos pasen de continuo los continuos descojones de los humoristas. Que sí, que vale, que puntualmente, y al final del programa, lo mismo te ríes si la metedura de gamba es original, pero ver a los dos, o a los tres muertos de risa porque se les olvida decir Pamplona, pues como que no, oigan. El otro día, un programa enterito de Cruz y Raya dedicado a los pisiazos (y ellos ya de por sí son especialistas en reírse durante el gag), y ese otro programa, Esplunge (o como se escriba), riza el rizo del descaro poniendo el sketch (por llamarlo de alguna manera) e, ipso facto, las tres o cuatro tomas falsas. El resultado no es la risa: es el aburrimiento, claro.
Lo más curioso de toda esta moda de las tomas falsas es que nunca vemos un mosqueo, un exabrupto, un cabrearse unos con otros o con el equipo técnico o con el que no pisa las marcas. Todo risitas por aquí, carcajadas por allá, ji ji ja ja. Con lo divertido que sería, esta vez de verdad, verlos enfadarse de adeveras, decir que los guiones son una mierda, que el director está fumao o que así no siguen como no les den aumento de sueldo y roulotte con agua Evian, que eso sí que es lo que mola.
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