El tiempo les pasa a estos chicos en las canas, pero no en las ganas, ni en la agilidad mental, ni muchísimo menos en la agilidad física. Qué trío de tres, oigan. Qué triciclo monoplaza, qué caudal de inventiva, de buen hacer teatral, de dominio del gesto y el tempo de representación, de embolsillarse al público, de convertirse en muchas personas a la vez con sólo cambiar una expresión, un movimiento de las cejas, una mirada de soslayo o una sonrisa.
Estuvimos anoche viendo Sit, el espectáculo del Tricicle que ha llenado durante tres días el Gran Teatro Falla de Cádiz, como parte de la gira que los tres vienen haciendo. Un espectáculo que coquetea con el cine brevemente, que se zambulle de lleno en la representación circense, y que aúna con maestría inigualable el humor en todas sus vertientes a partir de eso tan prosaico como es, sí, lo adivinan ustedes, una silla.
O muchas sillas. Cientos de sillas salen a escena, gigantescas y chiquititas, borreguiles y de automóvil, de dentista y de cine y de grada de fútbol o tendido de sombra, de bidet y de tronco y de humilde lechero y de tocaor flamenco y de sillón de cojines y de hombre bala y de tijera musical. Un prodigio escenográfico, con ni se sabe cuántos cambios de escena y vestimenta, jugando con la complicidad del respetable y burlándose de él cuando se tercia (ese Paco Mir escondido entre las sillas del público). Hay sketches cortísimos, de apenas dos segundos, y otras escenas más elaboradas donde una sala de espera les sirve para hacer mil y un juegos malabras con el sonido y la escenografía. Los Tricicle entran y salen continuamente de escena, aprovechando como por arte de magia los apagones y bajadas de telón, siendo capaces, insisto, de cambiar de personaje y hasta de envoltura física en apenas un segundo. Magistral el juego escénico donde cambiamos de un cine a una conferencia, y de ahí a una iglesia, y de la iglesia a un teatro, y del teatro a un partido, y otra vez al cine, ahora porno, y luego a un combate de boxeo, y después... Inenarrable.
Les hablaba de la forma física de los tres, cómo son capaces de remedar a la perfección a los atletas circenses, haciendo barbaridades físicas sin que parezca costarles el menor esfuerzo. El momento en que entre los tres (recogido en la foto) juegan con sus cuerpos para ilustrar distintas sillas y distintas formas de sentarse es de antología de muchos kilates. Y ni Carles Sanz, ni Paco Mir (al que tuve ocasión de saludar brevemente y que me da que podría ser un Sherlock Holmes perfecto) ni Joan Gràcia temen reconocer su deuda con los grandes maestros del mimo y la silla, desde Chaplin a Charlie Rivel y otros enormes payasos y caricatos de la escena.
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