No sabe usted, señorita, lo mucho que la vengo echando de menos desde la última vez que nos vimos, hace ya ni siquiera recuerdo cuánto tiempo. Pero tengo que sincerarme y reconocer que, cada año que pasa, más la necesito. Me falta sentirla en al aire a mi alrededor, mi cuerpo ansía sentir el calor de su presencia dando cariño a mis huesos. Ya sé que es usted caprichosa y volátil, y que me va a engañar día sí y día también, y que cuando me de cuenta habrá vuelto a desaparecer de mi vida y de mis sueños, pero qué le vamos a hacer: así somos todos, más o menos, según nos de el momento.
Llevo suspirando por reencontrarla, para que llene usted mis tardes de luz, para que el mundo se pinte de colores alegres y el mar se me antoje del color de sus ojos. Me he sentido, este año, más náufrago que nunca, aislado, maltratado, cercado y abandonado: jamás había anhelado con tantas ganas su regreso. Y hasta llegué a pensar, lo reconozco, que se había usted olvidado de mí.
Dicen que a partir de hoy ya podré sentirme de nuevo niño pequeño entre sus brazos, aunque llevo ya varios días barruntando su presencia. Ya era hora, señorita. No sabe usted lo mucho que deseo sentir la aventura de su aliento haciéndome cosquillas en la cara y desbaratándome el pelo.
Bienvenida, pues, señorita primavera. Si hubo una época en que usted me deprimía, ahora puedo decir sin que me de corte lo mucho que la quiero hoy.
Y que le den de una puñetera vez por el culo al invierno.
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