Y aficiones que cuestan la misma vida, oigan. Y no lo digo por mí mismo, que también, ni por el dineral que me he dejado hoy comprando todos los álbumes de cómics atrasados que me tenían reservados en mi librería. Pero cabría pensar, no sé, que puesto que uno escoge sus hobbies con ternura y tiento, esos hobbies fueran a reportarle una mijita de placer, menos duelos y quebrantos, y me temo que no.
El domingo, sin ir más lejos, dos amigos se colaron en casa. Como frecuentan esta bitácora, dejaré que sean ellos quienes den sus nombres luego, si así lo quieren. Con toda la ilusión del mundo habían venido al fútbol, a ver al Cádiz, que huele a ascenso, pelear con no sé qué equipo (el Murcia, creo) que anda por la cola. Y no vean ustedes la carita que traían, a las siete de la tarde cuando llegaron a verme para que les firmara unos libros, charlar un ratito y beber pepsi-cola: mudada la color, como si les hubieran dicho que hacienda, que somos todos, los persigue. Porque, pobrecitos míos, les clavaron treinta euros del ala por ver el partido en tribuna (luego nos quejamos de que el teatro o el cine o los tebeos son caros, ¿queda algo que no lo sea?), por aquello de que el Fondo Sur estaba ya completo, y, en efecto, el equipo aspirante a primera división, o sea, el suyo, o sea, el de casa, cielos, había perdido por la mínima y prácticamente en tiempo de descuento. Su gozo en un pozo. Toda la ilusión del fin de semana (y los treinta euros) directamente a hacer puñetas.
Y, para colmo, como decía uno de ellos, el lunes en el trabajo lo iban a poner a caldo, porque el equipo de allí donde currela (¿el Algeciras?) sí había ganado, y en el fondo no hay nada más nacionalísticamente papanatas que el deporte.
Y ahí es donde me hago yo de cruces, de genuflexiones y exorcismos, de sapristis y avemarías. Porque no sólo soy incapaz de comprender las pasiones que despiertan esas competencias cada siete días, sino que además no me entra en la mollera que la vida y la felicidad de tanta gente se cifre en esos noventa minutos de catarsis que les llena para toda la semana. Que no concibo, oigan, que te juegues cabrearte el fin de semana a cara o cruz todos los sábados o los domingos por la tarde, y encima temiendo el pitorreo de los amiguetes o los compañeros de trabajo.
Que sí, que me van a decir ustedes que lo mismito es que cuando te tragas un pestiño en el cine, o cuando te gastas un perraje en un libro o en un tebeo y luego no te gusta (miedo me da empezar a meterle mano a la pila que tengo aquí al ladito), o cuando vas a un concierto y el barítono desafina. Pero no se me va la sangre en ellos, me parece. Que no es lo mismo, y al menos no te hipoteca las esperanzas de por vida.
Una vez más, en esto de las aficiones, lleva la razón uno de esos dos grandes humoristas sevillanos, no recuerdo si el genial Pepe da Rosa o el no menos surrealista Paco Gandía. Ya saben ustedes el chiste aquel, sí, hombre, el del aficionado declarado al Betis y a Curro Romero, a quien le preguntaban, con guasa justa: "Compadre, sí, ¿pero usted cuándo disfruta?"
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