Pudo ser un jueves cualquiera. Un jueves tan insulso como cualquier jueves del año, un jueves de trabajo, de aburrimiento, de hartazgo. Un jueves de alegrías y pequeñas miserias, de amores secretos, de miradas fugaces y castillos de cristal, sueños de plata en el aire.
Yo estaba en clase (entramos a las ocho de la mañana), y como me escaqueé unos minutos (quizá tenía un examen), a las nueve menos cinco nos enteramos de la noticia, ese horror que se iría ampliando poco a poco, cada minuto, cada hora. La expresión más repetida: hijos de puta, hijos de puta. Todos por igual, profesores y alumnos, fuera cual fuera nuestra manera de pensar, nuestro ideario. Entonces pensé, a eso de las nueve y un minuto, que el Partido Popular iba a sacar, iluso de mí, mayoría absoluta en las elecciones.
Ya en la hora del recreo, cincuenta y pico minutos más tarde, alguien nos comentó que en la CNN o en la BBC se estaba hablando de Al-Qaeda como responsable. En Cádiz. En la otra punta del mundo. Nuestro gobierno de entonces no quiso enterarse.
Guardo un recuerdo neblinoso del horror de aquellos momentos (recuerdo más claramente lo de las Torres Gemelas, quizás porque no me afectaba de forma tan directa). Y haber rezado, de verdad, os lo juro, para que fuera ETA, para que no nos enfrentáramos a otro nuevo enemigo invisible, ingobernable.
Luego, siempre, aquí la red, las noticias cruzadas, cotejar una fuente de información con otra, el resquemor de todos esos amigos que, lo sabíamos, podían haber estado a bordo de alguno de aquellos trenes. Y la repulsa. Y el miedo. Y hasta el odio.
Un día después hicimos cinco minutos de silencio ante el colegio y yo leí el poema "`Nocturno" de Alberti, que colgué en esta misma bitácora un rato antes. Llovió esa tarde, y nos mojó en la marcha silenciosa de rechazo y desconcierto.
Hoy ha pasado un año ya, quién lo diría, y ese jueves cualquiera, ese jueves anodino, ese jueves que podría haber pasado de manera tan anónima como cualquier otro jueves del año, reluce en el recuerdo con un brillo de sangre. Nos lo han marcado a fuego en el recuerdo, maldita sea su estampa. Hay días que hacen biografía, y días que pasan en blanco.
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