2005-02-28

445. CIUDAD DE CINE

Todavía recuerdan los comerciantes de la Plaza de la Catedral aquel americano de doble ancho que hacía de marine borracho y tenía que cargarse, con un bate de béisbol, un parquímetro de esos de moneda y aguja roja que salen en las películas: fue cuando Cádiz se convirtió en Cuba, para el desaguisado del mismo título que firmó Richard Lester con el primer James Bond, Sean Connery, cuando todavía no usaba peluquín: una tarde entera se tiró el nota intentando romper el parquímetro a golpes, y nada, que no hubo tutía, hasta que a alguien se le ocurrió ponerlo de plebo y entonces ya todo les salió más fácil. Y mi amigo Migue Torrejón sin duda tiene aún pesadillas de las bonitas cuando recuerda que, figurando de soldadito de Fidel Castro, en una barca que no era caletera aunque estuviera en la Caleta, tuvo que ofrecerle la mano a Halle Berry para que no se cayera al agua cuando el más nuevo 007 vino por aquí pidiendo mojitos en vez de priñaca. Quien más quien menos recuerda a Paco Alba y el Sopa cantando coplillas de Pemán por la calle Cristóbal Colón en La viudita naviera, a Juanito Valderrama trinando su pena de emigrante desde las aguas de la bahía, o al gran Manuel Aleixandre haciendo de taxista de la estación de Renfe en La espuela� aunque todos nos riéramos al ver que, en el montaje final de la escena, el taxi entrara por Puerta Tierra en vez de salir hacia Cortadura; menuda carrera que se montaría el gachó, así cualquiera.

Ahora nos vienen aquí a rodar la película más cara del cine español, Alatriste, y seguro que más de uno y más de dos de ustedes hasta se han presentado al casting, a ver qué pasa. Durante unos días, me temo que pocos, estaremos al tanto de lo que hacen por nuestras calles Viggo Mortensen, Unax Ugalde o Javier Cámara, (no menciono a Pérez-Reverte porque ya es un habitual de nuestras terrazas y hasta amigo de algún comparsista), qué comen, dónde paran, con qué secretismo ruedan las escenas y cuántos autógrafos por día y hora firman. Como en La Meca de la cosa. O sea Tinseltown. O sea, Hollywood, pero más cerca. Y me imagino que, de la burrada de millones que va a costar la peli, algo les caerá a los comerciantes de la ciudad.

Porque eso es lo que tendríamos que intentar, claro. Que cuando se viene a rodar aquí una película (y cada vez, por suerte, se viene más, y si en nuestro cine contáramos historias de género y no masturbaciones mentales y/o generacionales-de-una-sola-persona seguro que vendrían más), se encontraran con una ciudad de cine, una ciudad dispuesta, engalanada para disfrazarse de Cuba o de las Antillas, de castillo medieval o de estampa dieciochesca, con una industria auxiliar que estuviera al quite y ofreciera caterings, luminotécnicos, extras pero también secundarios, maquilladores y carpinteros, auxiliares de cámara y sastres y, por qué no (sé que alguno hay), hasta encargados de efectos especiales. Me consta que se intenta promocionar ese aspecto de la ciudad, pero es una labor que no depende sólo del ayuntamiento, sino que habría que contar con los empresarios, con la universidad: el cine se aprende viéndolo, pero también se estudia, y para potenciar esa ciudad haría falta alguna titulación de casa, más allá de los cursillos de verano o las academias. El paso de la maquinaria del cine por la ciudad tendría que ser algo más que una foto para la posteridad en las paredes de los restaurantes.

Cuánto espacio hay, en los terrenos ociosos de Astilleros, para construir el soundstage que nos atraiga a grandes superproducciones. Ahora que los grandes estudios de Los Ángeles buscan como locos alternativas más baratas (en Canadá, que les pilla cerquita, o en Nueva Zelanda, que está en el quinto pino a la derecha), convendría recordar que Cádiz tiene precisamente eso que, hace ciento y pico años, desplazó a la industria del cine naciente desde Nueva York a Los Ángeles: sol a punta pala (y si el pobre Pierce Brosnan no lo disfrutó cuando vino fue sin duda porque el personaje de Halle Berry, Jinx, según confesaban en la misma película, era gafe). Me dirán ustedes que estoy soñando. Claro. Precisamente de eso trata el cine. De crear sueños de mentirijillas y explotarlos. Ojalá pudiéramos conseguir que Cádiz pasara de ser tacita de plata a plató de la industria de las sábanas blancas.

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