LOS MUTANTES DE JOSS
Lo mismo que los personajes de historieta desembarcan en el cine, ahora que los efectos especiales hacen que se parezcan más a como se les ve en el papel, aunque no sean del todo tal como son en el papel, se viene produciendo, desde hace unos cuantos años, el desembarco de guionistas de cine y de televisión en los tebeos, normalmente de la mano de Joe Quesada, que a falta de un rumbo definido y consecuente en la empresa que le ha tocado dirigir, ha comprendido, desde hace tiempo, que la cosa está en hacer ruido, llamar la atención de los medios de fuera, y luego a ver qué sale, respetando poco o mucho la herencia que le ha caído encima. Parece que no se trata tanto de vender tebeos (las cifras no logran remontar como cabría esperar) sino de asegurar las franquicias con vistas a su desembarco en otros medios.

De esos guionistas-estrella venidos de un mundo con algo más de glamour, a los que parece que se les da via expedita para hacer lo que les venga en gana, cuanto más descacharrante mejor (y, sí, me estoy refiriendo a JM Stracynski y su "vuelta de tuerca" a la historia de Gwen Stacy en Spider-Man) le toca ahora a Joss Whedon su particular lugar en el sol de la mano de los mutantes. Ya saben, Joss, nuestro Joss, el creador de Buffy y Angel y Firefly, el hombre que metió todos los referentes y todos los chistes y todas las alusiones del mundo en sus diálogos televisivos, el que no tuvo empacho en homenajear la saga de Fénix Oscura (ah, lo políticamente correcto, con lo bien que suena "Fénix Negra") en toda una temporada de la Cazavampiros, el chavalote que sería nuestro amigo y con quien nos tomaríamos a gusto unas copas y hasta cantaríamos en un karaoke canciones de Barry Manilow.

¿Y? Pues eso. Bien. Vaya. O sea. Que sí. Uno se perdió, lo ha dicho muchas veces, con el culebrón mutante allá por la llegada de Romita Jr al título, y ha llovido lo suyo desde entonces, y por mucho que me ocuparan los tebeos sitio en casa jamás llegaba a entender qué estaba pasando, cómo se resolvían las historias, por qué todos andaban perpetuamente cabreados y quién era cada cual con tanta resurrección y tanto cambio de uniforme. Vamos, que les perdí la pista hace, puf, casi veinte años. El microuniverso mutante es una especie de cáncer que, primero, ha fagocitado al resto del universo Marvel y, después, lo ha contagiado de su nonsense. Hay demasiados mutis, me temo. Y nadie se atreve, ejem, a hacer limpieza étnica con ellos, dejar el cuadro reducido a unos pocos y, por Dios, no resucitar más a nadie.

De eso no se ha librado ningún guionista ni ningún dibujante de los que han estado yendo y viniendo estos últimos tiempos. Tal parece que el señor Q les pone por delante una serie de cartitas, cada cartita un personaje mutantil, y les dice: "Escoged, chatos". Y cada guionista escoje el roster que más le apetece, los personajes que más le atraigan para lo que pretenda hacer, y sobre todo aquellos que no estén siendo utilizados en un título paralelo por otro guionista que esté más alto en el escalafón. Con esa patente de corso, parece que la política creativa y editorial de la cosa es que el que venga detrás arree. Y en eso andamos desde hace años. Llega un equipo creativo, subvierte el orden establecido, cuenta su media docena de historias, se va, se contrata a otro equipo creativo... y lo primero que hace ese equipo creativo es desmontar lo que ha hecho el de antes, contar su media docena de historias, hasta que le toca el turno de marcharse, y el siguiente equipo creativo desmonta lo que no le interesa de su trabajo. Eh, sé de lo que hablo. Lo he hecho. Me lo han hecho. Es la ley del mercado. Inevitable como la muerte y los impuestos, no necesariamente un handicap, si se hace bien y con tiempo.

A lo que íbamos: Joss Whedon se enfrenta a la Patrulla-X de toda nuestra vida, esa que es a la vez Uncanny, New, Ultimate, X-treme, Unlimited o el adjetivo retorcido que toque para que parezca un producto nuevo (hay personajes para dar y repartir, claro). En este caso, empieza numeración y se llaman Astonishing X-Men. Le acompañan los dibujos de John Cassaday, un señor que al menos dibuja limpito (a cuatro o cinco viñetas panorámicas por página ya se puede), aunque a mí me cueste reconocer un tanto a los personajes. ¿Y qué es lo que hace el bueno de Joss con los mutantes? Sacto. Desmonta lo que no le interesa de lo que han hecho antes que él (en su caso, Grant Morrison), y se queda con aquellas cosas que sí le pueden dar juego: la escuela que deriva de las películas, el look gatuno de la Bestia (que antes era un osito y ahora, no sé por qué, me recuerda a Antonio Banderas), la relación entre Cíclope y Emma Frost, más el inevitable y pluriempleado Lobezno. Whedon recupera a Kitty Pryde (mejor llamarla así que por cualquiera de sus absurdos nombres de guerra), al parecer porque el primer tebeo de los mutantes que leyó fue precisamente el de su introducción en el grupo, y sin duda porque es el personaje con el que puede tener más empatía, dado lo mucho que puede recordar a Willow o a la propia Buffy. Con una explicación tan peregrina como la que se dio anteriormente para suprimirlos, se vuelve a los uniformes de superhéroes (ese azul y amarillo del Séptimo de Caballería; o sea, los colores del Cádiz CF; ¿sería Mágico González un mutante y nosotros sin saberlo?), se inventa una nueva amenaza extraterrestre (un gigantón sin nariz), una nueva subdivisión de SHIELD, ahora llamada SWORD... y una cura para la enfermedad mutante. Y, claro, se resucita al inevitable personaje que estaba tomando caño lerén lerén.

Whedon cierra puertas y las abre, y en seis números que son los que recopila el TP que me llegó ayer mismo (siete, si contamos el comic-book siguiente que también me llegó), apenas tiene espacio para exponer una trama poco espectacular, con golpes de efecto un poco tontos (las continuas peleítas entre los miembros del grupo; cómo se recurre al viejo truco de Raymond Chandler, meter a alguien con una pistola cada vez que la conversación no llega a más), y unos diálogos que parecen demasiado forzados en ocasiones: el angst mutante apenas da cancha a los chistes intertextuales. En la parte positiva, que se omitan los textos de apoyo casi por completo, sustituyéndos por pensamientos y voces en off, aunque entonces, para tratarse de un número uno, se echen en falta las explicaciones de rigor: "Este es Lobezno, tiene malas pulgas; ese es Cíclope, es un poco estirao; la pilingui de blanco no ha salido aún en Crónicas Marcianas". Lo mejor, de todas maneras, es que sin ser un arco para tirar cohetes, la historia se sigue bien, y se entiende. No emociona como quizás debería, pero se aguanta, al menos en el recopilatorio. Tebeo a tebeo, y mes a mes, me temo que sea apenas una gotita narrativa, insuficiente. Pero de eso, claro, no tiene culpa Joss Whedon, sino el propio medio, el comic-book (la grapa, que dicen en otros sitios) que se está quedando cada vez más obsoleto, en tanto que en las cien viñetas escasas que hoy ocupan un tebeo indivual poco más puede contarse.

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