A veces las cosas hay que hacerlas dos veces para hacerlas bien; eso dice el refrán (y en inglés, además, les rima). La serie original Battlestar Galactica fue un producto apresurado, fruto de su tiempo, el primer intento de aprovechar el tirón de Star Wars pero trasladando las pantallas de los cines al salón de nuestras casas (aunque eso no fue óbice para que, aprovechados como siempre hay, en España se estrenaran en salas episodios remontados). Fue una serie coyuntural, de esas que apenas supieron explotar su premisa inicial, llena de lugares comunes y, sobre todo, de problemas económicos que se tradujeron en una vergonzante repetición ad nauseam de las escenas de batallas espaciales (a pesar de tener uno de los presupuestos más holgados de su tiempo). Sólo duró en antena una temporada... pero todavía se la recuerda.
Veintipico años más tarde, vuelve a la carga. Y vuelve aprovechando la misma premisa inicial, el exilio de los supervivientes de la humanidad en busca de una quimera, perseguidos por una raza de robots llamados cylones que pretenden, según la tradición del género, exterminarlos. Esta vez, sin embargo, se hace en serio. Primero como una mini-serie en dos partes (recientemente editada en DVD en Inglaterra) y ahora como serie ongoing, la nueva visión de la historia ignora la continuidad previa, suponiendo un claro borrón y cuenta nueva sobre lo que ya sabemos. La situación es parecida, pero no se trata de continuar ni de poner al día los conceptos ya explotados antes, sino simplemente de abordarlos de nuevo.
El resultado es una serie oscura y durísima, sin concesiones, con una fotografía, una música y una manera de enfocar las escenas espaciales que asimila todo lo que la ciencia ficción y la televisión han avanzado en estas décadas. Desde las claras influencias de Babylon-5 a los guiños a Blade Runner o a Species, los movimientos de cámara por los pasillos de la gigantesca nave de combate, el cruce de diálogos, incluso el lenguaje corporal y gestual de ese gran Edward James Olmos en su interpretación del comandante Adama remiten a El Ala Oeste. Esto es televisión, sí, pero tratada de manera inteligente y seria.
Se nos está contando un genocidio, y no les duelen prendas a la hora de hacerlo. No se evita la dureza de algunas escenas, pero tampoco se recrean en lo lacrimógeno de algunas situaciones. Las cosas han cambiado desde 1978, y la relación entre Adama y su hijo Lee, Apollo, dista mucho de ser ideal: hay una clara tensión entre ambos, culpas no asumidas por la muerte de un hermano menor, incluso un evidente poso de odio. Apollo (Jamie Bamber), en un detalle de realismo, es el nombre de líder de escuadrilla del capitán Lee Adama... y él lo aborrece. Adama, por su parte, no es el patriarca bíblico y bonachón con el que Lorne Greene reiventaría su Papá Cartwright, sino un militar por derecho, un hombre frío que ha aprendido a ocultar sus emociones, un superviviente de guerras anteriores. Ni siquiera su teniente Castillo de Corrupción en Miami fue tan duro, tan insensible.
Los cylones ya no son, aquí, esa mezcla de stormtrooper y Darth Vader con voces prestadas a los Daleks del Doctor Who y molestos fusiles de rayos, sino un paso más en la evolución de su especie. Inteligentemente, y sin duda con el aliciente de abaratar costes de producción a la par que de potenciar subplots que pueden dar mucho jugo, los cylones han aprendido a crear versiones sintéticas de seres humanos, de la cual la bellísima y sensual Número Seis (Tricia Helfer) es la más destacada. No se olvidan, no, los cylones robóticos de mirada de fuego en zig-zag, pero estos son ahora terminators infográficos que, también lógicamente, morfean sus brazos para convertirlos en la inevitable pistola de rayos. Y hasta las naves cylones son drones, es decir, robots especializados, entes cylónicos ellas mismas, nave y piloto en una misma cosa. Los cylones, además, no surgen de la nada: han sido creados por la humanidad, contra la que se han vuelto, y en la incomprensión de los robots hacia la vida misma se aprecia, ya en el episodio de presentación, una búsqueda de respuestas que van desde lo sexual hasta lo metafísico. O, dicho de otra manera, mientras los humanos juran por los dioses de Kobol, los cylones buscan a un Dios en singular.
Destaca la rigurosidad en el acercamiento a Gaius Baltar, el judas de la historia, el traidor a su pesar. Mientras que en la serie original era el típico malo malísimo, aquí es un hombre joven, atractivo, un genio consumido por la culpa y el remordimiento, juguete de Número Seis y de la estrategia cylon. Baltar (Jim Callis) quiere ser honrado y no puede, y se agradece ver un personaje que resulta al mismo tiempo repugnante y atractivo dentro de sus limitaciones humanas.
El gran cambio que supone esta nueva versión con respecto a la original, y la que al parecer ha creado más controversia, es la reconversión del personaje de Starbuck (Dirk Benedict en la Galáctica "clásica") en una mujer piloto (Katee Sackhoff). Por primera vez se acepta una igualdad hombre-mujer en los pilotos del espacio, y esta nueva Starbuck (su nombre "real" es Kara Thrace) es dura, decidida, algo marimacho, fumadora empedernida de puros, tahúr, insubordinada, la mejor piloto de la Galáctica, antiguo trasunto amoroso del hijo muerto de Adama. Hay una clara tensión, entre sexual y amistosa, entre Starbuck y Apollo, que sin duda dará mucho juego en el futuro. La presentación de la teniente Starbuck, en un juego de póker, recuerda poderosísimamente a la de Blueberry en Fort Navajo, pero no será ésta la única alusión a los cómics: exterminadas las colonias de la humanidad y su sistema de gobierno, es la ministra de educación Laura Roslin (interpretada por la inmensa Mary McDonnell, la "De pie con el puño en alto" de Bailando con lobos) quien tiene que asumir la presidencia, porque todos los que la preceden en la línea de sucesión han muerto, detalle que remite al Give me Liberty de Miller y Gibbons.
La nave que da título a la serie es ahora un cacharro a punto de desguace, un portaaviones del espacio cuyo destino era la jubilación cuando el exterminio vuelve a comenzar: es su propia cualidad de antigualla, de museo en órbita, lo que la salva de la destrucción masiva, ya que los cylones basan su ataque en la aniquilación de los sistemas avanzados y la Galáctica ni siquiera tiene sus ordenadores en red. Junto con los más modernos cazas (e inservibles) llamados raptors, se recuperan los viejos viper que ya vimos en la serie clásica, pero el look egipcio de los cascos se obvia aquí (en mi paranoia, me pareció ver cierto regusto a la estética retro de los cómics de Buck Rogers).
Tan impactante como el genocidio (los cylones usan en todo momento bombas nucleares como quien rocia de arroz una boda), es el asesinato de un niño recién nacido por parte de Número Seis o la dura decisión de la recién nombrada presidenta de dejar atrás a una niñita huérfana con la que ha intimado. La humanidad de las doce colonias de Kobol se ha visto reducida a cincuenta mil almas, y la supervivencia del conjunto puede más que los sentimientos y las emociones individuales. Eso comprende Adama, cuyo primer deseo era combatir, y eso le hace entender la presidenta: la guerra ha terminado, y ellos han perdido.
Hecha después del 11-S, el tono elegíaco de la serie recuerda poderosamente a aquellos días, tanto en el énfasis de la destrucción off-camera como en lo ominoso de la situación, los discursos, los funerales, la intervención de técnicos y el precio que pagan los bomberos en sus labores de rescate. La Galáctica y su caravana de supervivientes, en su búsqueda de una mentira llamada Tierra, sin embargo, aún no tiene asegurada esa subistencia: porque los cylones han aprendido a camuflarse entre los humanos, en guiño a los ultracuerpos de nuestra ciencia ficción de toda la vida, y cualquiera puede ser uno de esos doce modelos de replicantes que, una vez muertos, saltarán a otro cuerpo y rescatarán sus recuerdos en ese remedo de vida eterna. Además, esos humanos-que-no-son (o que sí pueden serlo) ignoran que puedan ser en realidad cylones... hasta que se les de la orden de activación, un nuevo quiebro argumental que puede dar mucho de sí en el futuro. El capítulo piloto doble cierra con la sorpresiva revelación de la identidad de uno de esos topos robóticos, pero los demás podrían ser cualquiera: el propio Adama, la propia presidente, el mismísimo Baltar...
Pocas veces se ha visto el tema del exterminio contado de una manera tan oscura y siniestra. Ya se anuncia en DVD, para dentro de un mes y pico, el lanzamiento de la primera temporada (que ni siquiera ha terminado de emitirse en los USA, por lo que ni siquiera se sabe si va a haber continuidad). Imaginen quién no va a perderse cómo sigue la historia.
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Categorías: Ciencia ficcion y fantasia