Sobre la figura indispensable de Joan Manuel Serrat nunca se ha escrito lo suficiente, y entre cancioneros incompletos, hagiografías de periodistillas a las que se le cae la baba, la mala baba de quienes todavía lo consideran un traidor (a la causa catalana o a la española), o un vendido, faltaba lo que Luis García Gil (poeta de casta de poetas) nos ofrece ahora: un análisis riguroso de sus canciones, una por una, explicando de dónde vienen y adónde van, qué influencias arrastran, cómo evoluciona el cantautor a lo largo de las décadas, cuáles son sus maestros y qué piensan de él sus músicos, sus amigos y hasta sus enemigos.
Es un ladrillo imprescindible, una obra de amor y tesón que se estructura con claridad científica y se acerca a la figura del cantante con la necesaria admiración, pero sin renunciar al deseo de objetividad, llamando a las obras maestras por su nombre y también revelando dónde y cuándo los poemas cantados de Serrat no estuvieron a la altura de la propia leyenda que el noi del Poble Sec ha ido forjando a través de las décadas, para marcar a dos o tres generaciones de españolitos de a pie, de cantantes y hasta de poetas.
El libro no deja resquicio por explorar en la obra ingente de Serrat. Y no deja de ser curioso que, desde Andalucía, con los tiempos que corren y la que nos han hecho pasar desde el centralismo monocromo, se defienda como se defiende aquí lo que es una verdad innegable: nunca Serrat es más Serrat, nunca es más íntimo, más poeta, más preciso que cuando canta en su lengua paterna.
Implícita queda la gran verdad que, en la presentación del libro, el martes pasado, nos confesó Javier Ruibal (quien nos regaló en directo y acompañado de su guitarra la versión de cuatro o cinco canciones del disco blanco, para terminar, naturalmente, con Mediterráneo), en algún momento de nuestras vidas todos hemos querido ser Serrat. O, como le expliqué con sorna a un cachorrillo de fascista que, en su visión teledirigida y monoautista del mundo se sorprendió de verme devorando el libro entre clase y clase (dos días sin dormir, oiga), Serrat es un monumento, una catedral, una piedra para los siglos futuros, el que explica cómo somos y lo que fuimos, un poeta, un soñador, un puente entre culturas. Y, aunque no lo conozca personalmente, mi amigo.
Tienen ustedes una cita con este libro inconmensurable si son también aristócratas del barrio de las canciones eternas de este muchacho charnego.
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