Ahora que en clase de literatura universal pasamos de puntillas por la Edad Media, y puesto que las adaptaciones de Passolini no son lo más adecuado para un aula y las carcajadas de los chavales iban a escucharse hasta desde la sonda esa que está en Titán, les he puesto Excalibur, la adaptación muy sui generis que del mito artúrico hizo John Boorman allá cuando ninguno de ellos había nacido, una película que jamás ha llegado a gustarme demasiado pero que, visto lo que han hecho luego con el mito el ínclito dúo
Sean Connery/Richard Gere y la más reciente versión "veraz y fidedigna" que es Rey Arturo, cada vez me parece más modélica y hasta adelantada a su tiempo (de ahí salen orcos a tutiplén, por ejemplo).
O sea, que al menos la primera hora de metraje se sostiene estupendamente bien, y es en la segunda parte, con la búsqueda del Grial y las alusiones jungianas cuando la peli se pierde y ni yo mismo soy capaz de explicar la simbología a los chavales, que se me vuelven en la oscuridad de la clase para que les explique detallitos que, ay, a mí también se me escapan. Menos el doblaje, oigan. Qué horror de declinaciones, qué espanto de voces, qué absurda fidelidad historicista la de quien tradujo los textos, recargando a la peli (sin que hiciera falta) de una falsa retórica de libro de caballería de tercera fila. Vale que sí, que lo mismo el encargado era un fan irredento de los clásicos y le ponía como una moto traducir los nombres a Lanzarote, Galván, Perceván y demás, pero las muletillas propias de las traducciones históricas remiten a la deconstrucción que hizo Cervantes con el Quijote, con lo cual los caballeros hablan y se mueven de manera triplemente ridícula. Y los dobladores, a su aire, llamando a Merlín con acento en la e. Un despropósito.
Y, para colmo, en el volcado al DVD el sonido de las voces en español es comido por el dolby estéreo de la banda sonora. O sea, que además de en arcaico y ridículo, los caballeros y damiselas hablan en sonido mono. ¿El resultado? Que no se les entiende. Más de una vez, en una de las clases, tuve que poner los subtítulos en castellano para que se enteraran de algo. En la otra clase, como además les doy inglés, se la pasé directamente en versión original (por una vez, con subtítulos en cristiano)... y ahí sí que cambia la cosa. La película gana prestancia, elegancia, seriedad, y aunque la dicción es perfecta y británica, no tiende a Shakespeare ni al inglés medieval. Como nota negativa, perlas como expresiones del estilo "¿Dónde estás yendo?" y confundir ejército por armada (para sorpresa mía, en el sutbítulo Arturo es Arthur, Ginebra es Guinevere, y Lancelot se queda con su nombre original, no con el Lanzarote de la versión en castellano).
No comprendo por qué se hacen estas cosas. Si la edición en DVD es un paso adelante sobre todo lo que hemos tenido antes, ¿por qué no se digitalizan las voces en español? Y, ya puestos, a la hora de subtitular, y puesto que las imágenes respetan ya casi siempre el formato panorámico (adiós para siempre, telecine), ¿por qué el subtítulo no va fuera del cuadrito de imagen, en la banda negra de abajo? ¿Y por qué cada voz no se identifica, como en algunos programas de televisión para niños, con un color diferente?
Dicen que los actores de doblaje españoles eran los mejores del mundo. No sé. Acostumbrado como estoy, y cada vez más, a oír a los actores con sus voces de verdad (esas que son capaces de cambiar de timbre y de acento con cada personaje nuevo), cada vez disfruto menos escuchando las mismas cuatro o cinco voces de siempre repartidas entre los cientos de actores de todos los tiempos. Y temo que la afirmación respondiera, como casi siempre en estos casos, al deseo de barrer para adentro, y que no se sostiene cuando se puede comparar, como gracias a Dios podemos hacer ahora, con el trabajo original de cada actor y cada actriz.
Salvando el caso de Fernando Ulloa cuando doblaba a James Stewart, que es que lo clavaba, el hombre.
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