James Bond se durmió en los laureles y le salió la competencia arrasadora de Indiana Jones. Indy lleva veinte años aletargado, y es normal que mientras tanto le salgan hijos espúreos: Lara Croft, los buscadores de tesoros televisivos y, ahora, este Benjamin Franklin Gates a la caza de un "tesoro nacional", según reza el título original de la peli, aquí tontamente reducido a "La búsqueda".
Pues pueden ir ustedes buscando las piedras, porque lo cierto es que, a pesar de Nicholas Cage (que sólo me gustó, me parece, en "Hechizo de luna", o sea, que ha llovido desde entonces), la peli es un despropósito divertido, sin ton ni son ni pies ni cabeza, todos los tópicos del cine de mcguffin metidos uno detrás de otro, pero en orden, con la lógica interna de su falta de lógica interna, con personajes sencillos pero apetecibles (sobre todo una Diane Kruger -ex Helena de Troya--, metida aquí con calzador no porque su personaje no sea válido, que lo es, sino porque su acento alemán en V.O. debe ser tan evidente que ella, patriótica como el que más, tiene que justificar que es americana-de-Berlín), unos golpes de humor simpáticos, escenas de acción donde por lo menos se ve qué está pasando y, de paso, alguna lección de historia americana para un público (yanqui) a quien sin duda también le trae al pairo (fíjense en la carita de los niños del colegio que pasan por delante de la exposición de la Declaración de la Independencia: real como la vida misma, oigan).
Son los mismos elementos que han aupado a la lista de best-sellers mundiales a esa novelita del montón del fondo, "El código da Vinci", con deducciones salidas de la manga, revelaciones sesudas que siguen hilos mentales inexplicables, interpretaciones cabalísticas de cualquier señal de tráfico, los templarios como comodines para todo y los francmasones que siempre están donde menos te lo esperas (o sea, donde se los espera todo el mundo). Mientras que el libro (por decir algo) de Dan Brown se lo toma en serio (o los lectores se lo toman en serio y no captan que una novela es una novela y no otra cosa), la película se dedica a encadenar una pista tras otra, sin ningún rigor ni ninguna pretensión de que lo que nos cuentan sea verdad, aunque lo parezca, y tirando hacia Ben Franklin en vez de hacia el bueno de Leonardo (ya me están tardando en clonarlo a ver si suelta por esa boquita todo lo que supuestamente sabía y no dijo).
Se le va un poco el ritmo hacia el final, pero por lo demás, a la espera del cine de palomitas veraniego, no está mal este cine de pestiños navideños.
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