Sabrán ustedes que las historietas de terror me asustan poco, y que de chorraditas con repetitivo susto final quedé poco menos que harto a partir de la tercera que leí, allá en la prehistoria, en algún número prestado de Vampus o Rufus. Sabrán ustedes también, porque imagino que lo gozarán en carne, que de todos los monstruos que en el mundo son, el más sexy, el más morboso, el más goloso y romántico, el más despiadado es el vampiro, y que de las viejas novelas góticas a Tinseltown (vulgo Hollywood) es el personaje que mejor y peor tratado ha sido por el ser humano creativo empeñado en asustar a su prójimo.
Sabrán ustedes también que el vampiro moderno, más allá de Anne Rice y los juegos de rol, tiene su propia mística, su propia estética, sus propios nuevos parámetros (que coinciden en ocasiones con los cánones clásicos) en el universo que, para la tele y desde la tele, creara hace un puñado de años Joss Whedon para sus series Buffy Cazavampiros y, después, con Angel. La series exploraron el angst adolescente desde un punto de vista moderno, divertido, intercultural, repleto de dobles sentidos y, me atrevo a decirlo, hasta con un claro componente moral. Hicieron historia en el medio. Clausuradas ambas en un periodo de apenas dos años, después de siete y cinco temporadas respectivas, y a la espera de que se abra alguna cripta que permita seguir explorando esos conceptos, Whedon y sus guionistas se han refugiado en otras series, en el cine... y en los cómics.
Joss Whedon, lo saben ustedes también (porque es que ustedes lo saben todo), está escribiendo estos días Astonishing X-Men, el título mutante reciclado (del que tanto debe Buffy, por otra parte), a la par que termina la versión cinematográfica de otra serie decapitada por la ceguera de las cadenas, Firefly, y la rumorología de este gran patio de vecinos sin orden ni concierto que es internet ya lo apunta como director de una hipotética X-Men 3, o X-Men 4, y hasta de Wonder Woman. Sus guionistas andan repartidos por diversas series, desde Smallville a Alias, pero por fortuna todos ellos saben, capitoste y colegas, que quedan muchas historias por contar del whedonverso, y de la manera que pueden se van sacando esa espina.
Después del Tales of the Slayers, Joss y los demás han explorado no a las Cazadoras, sino a sus némesis, los vampiros. Y lo hacen con una miniserie de cinco números, recopilada recientemente en álbum por Dark Horse (es de esperar que un año de estos la veamos publicada aquí), donde nos presentan historias cortas de vampiros, de los vampiros de su universo, historias que no están escritas por guionistas de cómics, sino simplemente por escritores. Y se nota. Y cómo. Y para bien.
Unas mejores y otras peores, rehuyendo siempre el sustito final y la nota sarcástica, aunque no la humorística, el leitmotiv de ver cómo un puñado de niñitos, futuros Watchers, son encerrados cada día ante el horror de un viejo vampiro encadenado que les cuenta historias de sus congéneres parece, ya de entrada, una interesante transposición de los introductores clásicos de los tebeos de miedo (sean los feos personajes de la EC Cómics o el sarcástico Tío Creepy). Las historias, luego, con gran profusión de estilos de dibujo y hasta de cualidades narrativas, ponen un pequeño giro original al universo, y hasta a la forma de contar tebeos. Se nota que este puñado de escritores no tiene experiencia como autores de historietas, y lo que hacen, y lo hacen muy bien, es jugar con el medio como quien juega con un muñeco nuevo, explorándolo... y consiguiendo hallazgos que otros guionistas de la cosa, adocenados y aburridos, ya no consiguen.
Hay alguna historia sobresaliente: "Father", de Jane Espenson (dibujada por J. Alexander), la relación entre un niño y su padre vampiro a lo largo de las décadas; "Spot the Vampire", también de Jane Espenson (dibujada por Scott Morse), un poema-juego con truco y originalidad increíble, un divertimento a costa del medio con un estilo de dibujo original y refrescante; "Dust Bowl", también de Espenson (no para esta mujer) y Jeff Parker, o cómo la incultura de un gañán convertido en vampiro a su pesar, en medio de la nada, tiene por fuerza que llevarlo a poner a trabajar la mente; "Stacy", del propio Whedon (dibujada por Cameron Stewart), una hermosa historia friki de una jovencita aficionada a los elfos que se convierte en orco, o sea, en vampiro; "Taking care of business", historia y lápices de Ben Enlund y tinta de Derek Fridolfs, el enfrentamiento entre un vampiro ex-monje inquisidor y un cura moderno que se revela como Dios... más o menos; "Dames", de Brett Matthews (dibujos de Sean Phillips), o cómo virar el tema vampírico hacia el género negro y las femme fatales con un final hermosísimo; "Numb", escrita por Brett Matthwes (dibujos de Cliff Richards), un acercamiento a Angel y su culpa.
Curiosamente, las historias menos interesantes son aquellas que tienen como protagonistas a Spike y Dru y a la propia Buffy, quizás porque lo más interesante de este puñado de relatos dibujados es poner la mirada en el otro, en el monstruo, en el distinto. Se agradece ese esfuerzo por contar historias de miedo desde esa perspectiva romántica, perdedora, inevitable, a veces arrepentida, a veces no, que ha hecho popular a los vampiros del whedonverso. Y se agradece que se eluda ese sustito final y se potencie, en cambio, la reflexión, la poesía, la ternura, la soledad, en el más puro estilo Oesterheld o Wood, si me apuran ustedes. La conclusión que saco (hastiado de las chorraditas de ocho páginas que dieron al traste con las revistas hace ya tiempo) es que todavía se pueden contar historias breves en un tebeo, siempre y cuando se sepa cómo hacerlo, siempre y cuando se tengan ganas de hacerlo.
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Categorías: Buffy y Angel