No hace falta remontarse a las enseñanzas de Will Eisner ni a los análisis de Scott McCloud. Abundan los libros sobre cómo dibujar historietas, manga, cómics de superhéroes, pero pocos son (¿existe alguno?) que cuenten cómo demontres se lee un tebeo.
Una vez más, Alvaro Pons, carcelero mayor de los tebeos del reino, nos hace un análisis serio, sucinto y acertado sobre una tira capital en la historia de la historieta: la de presentación de Rip Kirby. Y explica el hombre, con pelos y señales, en román paladino, cómo están concatenadas unas con otras las viñetas, qué efecto se pretende conseguir con ellas y, sobre todo, qué se narra. No es nada nuevo, nada que los perros viejos en esto de leer tebeos no sepamos, y viene siempre a la memoria el análisis que ya hiciera Umberto Eco en sus "Apocalípticos e integrados en la cultura de masas". Pero, a lo que parece, siempre hay quien se sorprende.
Los tebeos se cuentan como se cuentan, y no es casualidad que se cuenten de la manera en que se cuentan. Hay una premura de espacio, siempre. Hay una síntesis que es la base de todo este arte (reivindico que sea el octavo, no el noveno). Dibujar una historieta no es colocar tres dibujitos monos y lucirte con lo bien que le salen al artista, un suponer, los potorros de las nenas que aparecen en sus viñetas. Es, sencillamente, otra cosa. Y la duda que me queda (o más bien la duda que se me resuelve) es que tenemos generaciones enteras de lectores de tebeos que, adocenados por una unidireccionalidad en lo que leen, no saben leer tebeos más allá de los tres o cuatro tebeos que leen o que hojean.
La historieta es un universo, y en ese universo hay recursos ineludibles que luego, si uno es un genio, puede saltarse a la torera si le place. Pero no se puede contar igual una historia de detectives, por ejemplo, que una de ciencia ficción, ni una del oeste que una de terror. El lenguaje tiene que ser distinto, los efectos especiales (las figuras estilísticas del medio) tienen que ser manejados de otra manera. Para contar siempre, y ante todo. Hartito estoy, oigan, de ver cómo se desperdician páginas y más páginas para no contar prácticamente nada, póngame usted allí una viñeta rota, allá destroce la cuadrícula, cada dos páginas una splash doble, retuerza los músculos, ponga mil dientes, y cada equis páginas, un pin-up, que después si cuela tiramos posters o estampamos camisetas. Y, mientras tanto, salta por la borda (saltó hace tiempo) la gramática.
¿Quién explica lo que es un contraplano, qué uso tiene el plano detalle, que las historias se leen de izquierda a derecha y de arriba a abajo (hay quien no sabe ni poner los bocadillos en su sitio), que los fondos hay que currárselos, que cada personaje debe tener su propio lenguaje corporal, su propia habla? Leo algún tebeo reciente y me espanto (también, naturalmente, leo a maestros de ahora y me extasio) por el mal uso que se da a la viñetona grande, a dibujar nenas cazavampiros con caderotas de infarto, a saltarte el eje y no contar los botones de las ropas (cuando los personajes tienen ropa, que esa es otra). Y me pregunto dónde ha ido el bello y simple arte de contar. Dicho de otra manera, Jim Lee es mejor dibujante que, pongo por caso, Wilson McCoy, vale. Tiene mejor pulso. Pero ni en mil vidas sería capaz Jim Lee de contar como cuenta sus historias (ñoñas quizá, sí, les pasa el tiempo por encima) el otro, un segundón en esto de los cómics, un dibujante que estuvo encadenado al tablero de dibujo toda la vida y no conoció los oropeles de la fama ni se dedicó a hundir y reflotar empresas.
¿Y a leer tebeos se estudia? No, no creo. Hay que leer tebeos y aprender disfrutando, pero a fuerza de leer muchos tebeos tenemos que darnos cuenta, alguna vez, de lo mal que nos están contando las historias (cuando hay historia, si hay historia, si queda historia). Se lo digo siempre a mis alumnos, cuando paro las clases para explicarles algún detalle de alguna película: eso no se rueda poniendo a dos tíos delante de una cámara; eso se piensa, se cuida, se planifica, se marca; eso se hace con doble y triple y cuádruple sentido, en ocasiones: no es igual que la foto que nos hacemos cuando vamos de excursión, esa que hemos aprendido a soportar con el sol en los ojos mientras decimos pa-ta-ta. Lo mismo con los cómics, que a fin de cuentas, sin sonido y sin movimiento, usa prácticamente los mismos recursos que el séptimo arte.
La culpa la tiene también la crítica, claro. Recuerdo cómo se glorificó en su momento el montaje de una historieta de Corto Maltés (el momento en que Corto salta contra las ametralladoras en la barcaza, una de las primeras historias), cuando aquello era malo de narices, por repetitivo, por burdo, por estar contado a toda prisa, porque las piernas de Corto eran dos tubos, y porque lo mismo lo contaba mejor Milton Caniff (si alguna vez tienen ocasión, échenle un vistazo a Terry y los Piratas, y cómo cuenta el puñetero el oscilar del barco en medio de la tormenta), y porque también la crítica está plagada de amiguismos, como todas las críticas.
La culpa la tenemos los lectores, claro, que no buscamos otros pastos ni contrastamos narrativas ni somos capaces, muchas veces, de explicar por qué lo bueno y bien contado merece la pena y por qué lo otro no está a la altura: nos basamos en gustos, no en análisis, y así nos luce el pelo. Un millón de moscas, ya me entienden.
Hace muchos años (y ahora viene la batallita), cuando el padre culto de un amigo nos echó en cara a él y a mí que leyéramos tebeos, ya le apuntamos que lo que pasaba era que él, simplemente, no entendía la narrativa, no desentrañaba las pautas. Si le gustaba el cine, y la novela, se estaba perdiendo algo importante si no leía tebeos. O ciertos tebeos, por lo menos.
Hace muchos años (y ahora sigue la batallita), la amiga de un amigo, opinionada y semi-analfabeta ella, tuvo a bien reírse de mí porque estaba leyendo un tebeo mientras esperábamos que nos sirvieran una cerveza. El tebeo en cuestión era nada menos que el número uno de Alpha Flight (que tampoco es que sea precisamente el summun de la narrativa dibujada). Ni corto ni perezoso, le di la vuelta al tebeo, y le dije: "Explícame qué está pasando aquí. Dime por qué cuenta esto como lo cuenta". Y como no supo, claro, me cebé (soy cruel) explicándole cómo y por qué allá usaba un primer plano, y por qué tal personaje se giraba de aquella manera, y cómo se compensaban las manchas, y hasta cómo estaban situadas las páginas de publicidad, para aumentar el cliffhanger. Me pasé, lo reconozco, pero me quedé más satisfecho que unas pascuas.
Me temo, Alvaro, que es hora de pasar a la acción. Leña al mono que es de goma. Docendo discitur y todo aquello. O sea, que si quedamos unos pocos que entendimos cómo se hacía, tendremos que seguir pasando la antorcha, so pena de que se apague algún día o intenten encenderla con mala leña.
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