Si ustedes son más jóvenes y están en la onda, al loro, al linquidoi o en la movida, dirán mejor que hace un frío que te cagas, expresión que me pone de los nervios sobre todo por la afectación con la que se pronuncia esa ese final, como de pijo muy pijo pero no natural, filopijo como si dijéramos, como si quien la dice no tuviera muy claro de qué puñetas está hablando ni lo que quiere decir lo que está diciendo. Pero en fin, allá ellos.
Lo dicho, que hace un frío de la os, del copón, de puta madre de frío. Un frío polar de los de anuncios de du niet freski freski y camiseta enguatada y guantes de buscador de oro en Yukon. Un coñazo de frío que nos tuvo ayer a todos en casa con la catalítica a toda potencia (iba a decir a todo gas, pero no, es de esas modernas de aceite), viendo pelis en el plus por la tarde y a Jackie Brown de madrugada. A punto de caramelo estamos, claro, para pillarnos ya la última gripe del año, o la primera del que entra, que tiene rima. Mi mujer, a lo que parece, ya ha caído.
Es una triste guasa que haga tanto frío cuando uno todavía no tiene todos los regalos obligatorios cargados a la tarjeta, y aunque es cierto que después de ponernos pujos (también por obligación) ayer no teníamos los estómagos para tirar cohetes, fastidia quedarte un dominguito en casa sin dar tu paseíto de rigor y, por ejemplo, tomarte tu media docenita de erizos en el Merodio, en la Plaza Grande, que ya tienen que estar en su punto y, cuando uno sabe, prefiere tomárselos ahora (o después) que dentro de dos domingos, que será la erizada-ostionada-meatonada-callejera y entonces no habrá quien de por allí dos pasos.
Mira uno las previsiones y ve que, dentro de la que está cayendo, aquí abajito tenemos las temperaturas más altas de España.
Acabo de estornudar. Voy corriendo a automedicarme, que quiero ver Sky Captain y no en dvd, precisamente.
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