No sé si recuerdan ustedes que el año pasado, por estas fechas y por este acueducto (o sea, este puente largo), teníamos mi santa y yo pensado escaparnos a celebrar nuestro aniversario cuando, zas, actuó la ley de Murphy, nos pilló la gripe Daniel y nos tuvimos que quedar en casa viendo caer la lluvia y con un mosqueo de dos pares.
Tentando a la suerte una vez más, pero con un órdago a la grande, y aprovechando la amable invitación de Víctor Ánchel (V. aquí para ustedes), nos hemos liado la manta a la cabeza y, sí, hemos jugado otra vez a lo mismo. Pero con los dos niños a rastras; dos niños que, naturalmente, por aquello de las alergias y de dar el numerito, ya venían tosiendo desde un par de días antes.
Así pues, cargados de maletas repletas de medicamentos, bufandas, guantes, jerseys, gorras, camisetas enguatás, calcetines, zapatillas, pijamas, batines (menos el mío), camisas, dentríficos y demás útiles, nos hemos plantado los cuatro en el pequeño gran paraíso privado de Víctor et family, en plan familia ocupa con acento andaluz, y la verdad es que hemos pasado tres diítas entrañables.
Les corrorerá a ustedes, como a mí, la envidia, si les cuento la chulada de sancta sanctorum que tiene Víctor en su ático, con un cine en casa y una colección de pelis en dividí que ya quisiera yo tener, más una biblioteca interesantísima (y no la mía, donde no hay más que, puaf, novelas), y cantidad de aparatitos y artilugios frikis, incluyendo la réplica del sable de Obi-Wan Kenobi. En la parte negativa (lo siento, tengo que decirlo, Victor, je), que se niega en rotundo a dejarse seducir por Buffy Cazavampiros... ¡pero tiene los libros de Anne Rice! Pecado mortal, pecado mortal...
En ese santuario pasamos un ratito entretenido viendo a toda pantalla Mimic, de Guillermo del Toro, que yo no había tenido ocasión de ver antes, y a petición de mis críos un rato largo de Las dos torres en versión original. Como no nos dio tiempo de terminar de verla, dentro de un rato la terminaré de repasar aquí en casa, que ya me han quedado las ganas y a fin de cuentas mañana sale la versión extendida de El retorno del rey. Lástima no tener aquí esa maravilla de pantalla. Me temo que vamos a tener que organizar dentro de un añito o así una megaquedada friki para ver un maratón Star Wars en ese ático, con las seis pelis seguidas una detrás de otra y su pertinente ración de palomitas y cubatas.
Por lo demás, como buenos pueblerinos que somos en contraposición con la megápolis que es Madrid (y más un puente como éste), uno se conciencia de lo buenas que son las cosas buenas de las que disfruta aquí abajo, y lo terrible que debe ser vivir en una gran ciudad donde todo el mundo va a su avío, sin sonreírte en los semáforos ni escuchar la música de las nubes. Eso sí, la provisión de dividís que me he traído (la nueva serie de Sherlock Holmes de Jeremy Brett y unos seis o siete dividíes de oferta, quién no se resiste a llevarse 2001 o Encuentros en la tercera fase por seis euros) es una de esas cosas difíciles de encontrar de manera sistematizada en Cádiz. Súmense a ello los Dunkin? Donuts que vamos a zamparnos en el desayuno dentro de un ratito y acabarán ustedes, como yo, dando gracias porque existen los trenes (aunque no les funcione nunca el pinganillo para escuchar las pelis esas tan extrañas que te sueltan durante todo el viaje).
Mis niños han jugado lo suyo con Aitana, que es una niña risueña con ojazos azules y habla especializada, una princesita de cuento, ya lo he dicho aquí mismo alguna vez. Y me temo que le hemos dado la lata a Ana, la mujer de Víctor, que es además una cocinera excelente (ya me estás mandando, V., la receta del arroz, anda).
Tres días para el recuerdo, desde luego. El gustazo de comprobar una vez más que los amigos se hacen de manera inexplicable, sin que haga falta tener una relación de años, ni siquiera una constancia física. Como Jesús Merino, como Jesús Yugo, como Juan Miguel Aguilera, o Rafa Fonteriz, o Pedro Jorge, o Lorenzo Díaz, o tantos otros, Víctor Ánchel es uno de esos amigos que, si viviera en Cádiz, vendría al club de casa todos los viernes, y se tomaría un café cada tarde con nosotros, porque ama las mismas cosas que nosotros amamos y le pueden los mismos placeres que nos pueden a nosotros. Esa es, claro, la magia.
(Víctor, Ana, Aitana: os queremos pero que ya en Cádiz este verano).
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