Si alguien dudaba que el futuro de los superhéroes ya no está en los tebeos, sino en el cine, no tiene más que disponerse a pasar dos horas de asombro viendo esta película, con diferencia la mejor pelicula de animación por ordenador jamás hecha, y la mejor película de superhéroes de todas las que llevamos... y me parece que de todas las que vendrán más o menos en los próximos meses y hasta años.
No es un producto para niños y, si me apuran, tampoco es exactamente un producto para frikis, aunque las alusiones visuales están perfectamente combinadas para aprovechar tanto la estética de los tebeos de superhéroes y sus puntos culminantes como, para el público general, los guiños a películas más cercanas: En busca del Arca Perdida, Spider-Man, El retorno del Jedi y hasta los Thunderbirds originales (no los de ahora) y sobre todo las películas de James Bond, un rizo que podría haberse potenciado mucho más si John Barry hubiera firmado la partitura, de la que se bajó antes de finalizar el proyecto.
Brad Bird, aparte de episodios de Los Simpson y El gigante de hierro, demuestra que conoce a la perfección los universos superheroicos, y en su familia nuclear americana cien por cien, en sus supervillanos y en su pequeño universo remite sin tapujos y con claro amor hacia Los 4 Fantásticos, Superman, Batman o los mismísimos Watchmen. ¿Quién se va a atrever ahora a contar la historia de los 4F o de los personajes de Alan Moore y Dave Gibbons si ya está todo contado aquí, prácticamente?
La película fluye a la perfección, a pesar de su metraje (en estos momentos no sé si la versión estrenada aquí es la americana o la inglesa, diez minutos más larga, aunque se nota que falta una escena: adivinen cuál), combinando sabiamente la espectacularidad de las escenas de batalla con los momentos de humor (no es una película "de gracia") y la creación de personajes, todos sabiamente estudiados en sus personalidades y su lenguaje coporal y sus poses, desde ese gigantesco y casi borboniano Mister Increíble a Yoda convertido en diseñadora de trajes de moléculas inestables, pasando por esa niña gótica-pero-menos que es Violet y ese Bart Simpson que no puede serlo más que a ratos que aquí encarna Dash Parr.
Hay toques de verdadero alarde visual: la perfección de los cabellos, los músculos de los personajes (fíjense cómo el uniforme de Mister Increíble está desgastado a la altura de la axila), los paisajes de esa isla, los árboles, el agua, la manera en que explota los poderes invisibles de Violet y el cuerpo de goma de Elastigirl. Los nombres de los otros superhéroes, por cierto, pierden parte de su gracia en el doblaje, pero imagino que era inevitable (en los títulos de crédito, veo que no solo se reconocen las voces de los actores y famosos de turno, sino que incluso se incluye el nombre de la traductora). Las escenas de peleas, además, tienen la ventaja de que se ven perfectamente, sin que la cámara nos maree. Y el homenaje doble del final, al número uno de Fantastic Four y al gesto de Clark Kent a punto de convertirse en Superman, les juro que hizo que se me saltaran las lágrimas.
Esperemos que esto sea el inicio de una saludable serie. Les apuesto lo que quieran a que, antes que una segunda parte, veremos un cortometraje que nos narre qué calvario pasó la babysitter con el pequeño Jack-Jack Parr.
(En casa ya tenemos, desde luego, resuelto cuál va a ser nuestro disfraz para estos carnavales)
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