Dieciocho años sin saber del muchacho son demasiados años. Pero ahí está, otra vez, por fortuna. Como los buenos toreros, los buenos cantautores (los buenos poetas, en realidad), no se retiran nunca. Y ahora ha vuelto.
Ustedes no lo recordarán, tal vez. No lo conocerán, siquiera. Pero hubo una época en este país que es nuestro (de todos nosotros, quiero decir) en que la música no era música si, además, no iba acompañada de una cosa imprescindible: una buena letra, una letra que anunciara una reflexión, un sentimiento, el guardar para la historia un momento único y privado, compartido para la posteridad.
Joan Baptista Humet, valenciano él, fue uno de aquellos hombres que nos alegraron con su poesía y su ternura muchas, muchísimas horas de nuestro tiempo. Algunas de las más bellas canciones de ¿la transición? tuvieron su voz, su mirada de niño bueno: Clara, Terciopelo, Que no soy yo...
Se nos perdió en el tiempo (dieciocho años, joder), y lo malo fue que llegó un momento en que, adocenados también, ni siquiera lo echamos de menos. Ahora vuelve, con la misma voz de siempre, con canciones que no se diferencian en nada de las canciones de antaño, esa reflexión que antes hizo de la prostituta de Layetana y hoy habla del chapero, la ironía y la melancolía cogiditas de la mano. Tiene que ser buen chico, seguro, este muchacho.
Dice, con sorna, que sólo bajó a comprar tabaco, y así titula su nuevo disco. Como los buenos toreros, como los buenos poetas, como los hermanos descarriados que vuelven a casa pero sin las orejas gachas, sino con orgullo, y al frente de un proyecto autogestionario que es hoy, sin duda, más difícil que cuando decidió dar carpetazo.
Buena suerte, cantor callejero. No sabía yo que te necesitáramos tanto.
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