Me encontré ayer en el semáforo a Jesús Fernández Palacios (que es, en palabras de Fernando Quiñones, "el jefe de los poetas de Cádiz"). Y tras el saludo de rigor, la pregunta: qué haces por aquí, si ya no vives en el barrio. Y me cuenta Jesús que no, ya no vive en nuestra zona, pero que sigue conservando la antigua casa, porque tiene allí todos sus libros, y que suele ir casi todos los días a echar un vistazo, a trabajar, y a leer.
Es un problema, esto de los libros. O, más bien, esto de ser un fetichista de los libros. Un ratón de biblioteca, si ustedes quieren. Un adicto al papel impreso. Porque, como bien dijo Umbral long ago, las casas crecen hacia adentro, y cuando se llenan de muebles y electrodomésticos todavía tienen un pase, pero cuando cada semana vamos echando a las paredes libros y más libros, llega un momento... exacto, llega un momento en que no nos caben en casa.
Comprendo que Jesús haya dejado sus cuatro mil libros en su piso antiguo y que tenga que ir en peregrinación a visitarlos. Otro amigo, José Manuel, tuvo que comprar un pequeño apartamento para ir colocando allí libros (y cuando hablo de libros, en su caso y en el mío, sumo también tebeos, claro). Tres veces, tres, ha tenido que desmontar estanterías (ahora por fin parece que ha encontrado el ático definitivo, sobre su casa). Yo tuve que sacrificar hace tres veranos mis doce metritos de pasillo, y ahora tengo que ir de lado de una punta a otra de mi casa, porque los libros, como esporas de un relato de ciencia ficción, lo invaden todo.
Obviemos el problema de una ciudad como Cádiz, o de un piso como el mío, tan dado a la humedad, y los estragos que causa en el papel, que en seguidita se vuelve viejo. Y obviemos también la famosa pila que todos tenemos, el montón de libros que vamos acumulando y que no leeremos jamás. ¿Qué se hace con los libros? ¿Nos dará tiempo alguna vez de releerlos? Sabemos que no. ¿Los donamos a una biblioteca, los vendemos a un baratillo, acabarán algún día en un rastro, parte de una colección despedazada cuando ya no estemos?
El lebensraum y los libros van cogiditos de la mano. Cualquier intento de controlar la entropía es imposible. Puede uno tenerlo todo ordenadito, como en la foto adjunta, y eso le durará un año, un mes, una semana, un día. Va uno comprando libros y los va colocando en las estanterías, siguiendo el orden que siga... y llegará un momento en que se topará con la pared, o con la mediana que separa la estantería de la siguiente, y entonces tendrá que desbaratarlo todo y empezar a buscar huecos para desplazar otra media docena de volúmenes. O en cambio optará por ponerlos de canto, sobre los demás, a la espera de un siglo libre donde intentar ordenarlos (todavía tengo agujetas de la última vez que lo intenté, este verano). El desorden, tarde o temprano, se apodera de las bibliotecas (y las dividitecas, ayer mismo reordené la mía: no lo conseguí del todo), y ya sabemos que fetichismo, o coleccionismo, y desorden no casan del todo. Tener un libro o un tebeo o un disco o un dividí traspapelado es como no tenerlo. Y da rabia. Y mosquea mucho.
Son un problema, los libros, de verdad. No me extraña que la gente nos mire rarito.
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