Que dicen que desde nuestro consistorio han pedido, con su poquito de por favor correspondiente, que no se organicen cabalgatas de Reyes paralelas, a saber: porque confunden al personal menudo, porque algunas por obvios motivos monetarios son muy chungas y porque pueden llevar a los críos a complicarse la ilusión, a creer que tantos reyes en sitios distintos no vienen de Oriente, sino de una fábrica de clones barbudos nueva allá por el Bajo de la Cabezuela. Eso, claro, los que sigan prefiriendo (como yo), a los tres-en-uno de la Duodécima Noche al gordo del pijama rojo y los mofletes brillantes de pegarle al vodka.
Aun reconociendo que los yanquis no son tan estúpidos como nos hacen creer con lo que votan, porque allí todo mendigo y/o hombre anuncio que hace sonar la campana delante del Hipercool de turno tiene una pegatinita que lo identifica como Santa?s Helper (o sea, ayudante de Santa Claus, y todo el mundo sabe que no es el auténtico... aunque siempre según Hollywood cualquiera de ellos podría serlo), la profusión de Reyes Magos en esos días navideños sólo se explica, por supuesto, con la magia, que no va a quedársela toda Harry Potter: se les ve soportando estoicos fotos de niños y de padres guasones, repartiendo caramelos pringosos con los guantes blancos (con lo incómodo que es intentar coger algo con guantes calzados, oigan), y sudando a chorros por debajo del traje que huele a naftalina. Es un gaje del oficio real, pero sería bueno que, aunque un chaval que observe vea a los reyes apostados por todas partes donde haya ofertas y espumillón, dejemos que la cabalgata de Reyes sea una y, si es posible, que las carrozas luzcan, que el amigo José Antonio Migueles pueda dar rienda suelta a su imaginación, que los caramelos que se reparten tengan más variedad de sabores y que, por favor, este año no vayan delante los dos escupefuegos aquellos, que cualquier día podemos tener una desgracia y a ver cómo la justificamos luego. Es bueno que la cabalgata (las cabalgatas) recuperen la Avenida, porque también de Puerta Tierra pallá somos gaditanos... o por lo menos eso me recuerdan cada vez que se pasan por casa para revisarme el catastro.
Pero, ya puestos a pedir uniformidad y concordancia en esto de las fiestas, tampoco vendría mal que recordáramos que el Carnaval es Carnaval de Cádiz entero, y que el pregón es el pregón para todos los gaditanos (pese a que uno personalmente piense que no hace falta pregonar lo obvio), y que su cartel es el cartel que nos representa a todos, desde Puntales al Balón, desde Loreto a la calle La Palma. Les confieso, y que me perdonen los interesados, porque sé que lo harán con toda su ilusión y todas sus ganas de trabajar por el barrio, que no comprendo los carnavales, ni los pregones, ni los carteles de los carnavales de los barrios y no en los barrios, como si cada uno de ellos fuera un cantón independiente que nos excluye al resto. Eso, que no consiguió ni Salvochea, parece a la orden del día en según qué asociación de vecinos.
Y, adelantándonos muchos meses al evento, lo mismo con los carteles de Semana Santa. No sé en otras capitales (no soy capillita), pero me desconcierta un tanto ver que la Semana Santa de Cádiz hace tiempo que no se identifica por un cartel, sino por cientos. Que sí, que son muy bonitos, pero que dan la sensación de que somos un pueblo dividido siempre, independiente hasta de nosotros mismos, cortado de Puerta Tierra hacia dentro como antes lo estuvo de la vía del tren para los lados.
Comentarios (9)
Categorías: La Voz de Cadiz