Al final va a ser verdad que a los gaditanos lo que nos tira de verdad, pero de verdad de la buena, es la otra acera. La otra acera de la calle, quiero decir, porque hay que ver lo que nos gusta pegar el voletío y cruzar por donde nos viene en gana.
Siendo como somos una ciudadanía que aguanta lo que le echen y no dice esta boca es mía, nuestra rebeldía contra las normas se hace patente en ese nimio detalle que, además, nos puede costar la vida: para los peatones de Cádiz no existen los semáforos. Y hasta cuando queremos respetarlos y esperamos que cambie de color, lo hacemos no en la acera, sino ya bajado el bordillo, en la parte mal pintada de blanco y gris, dispuestos a dar el paso en cuanto sea posible. Pura impaciencia. Debe ser, entre otras cosas, y ahora se han dado cuenta nuestros mandamases, que pensamos que las multas de tráfico sólo pueden ponerse a los conductores, nunca a los transeúntes. Craso error que a partir de ahora nos puede costar nuestros buenos euros. Civilizados a la fuerza.
Y lo cierto es que no me parece mal, aunque yo también soy, como ustedes, uno de esos saltadores de semáforos y cambiadores de acera de toda la vida. Pero, en mi descargo y en el de todos ustedes, dejen que les recuerde que en toda la avenida nueva cuesta más encontrar un semáforo que a Bin Laden en las cuevas de María Moco, y por eso la gente cruza por donde cruza. En la rotonda a la altura de San Severiano, fíjense, es de locura intentar pasar, tanto los coches como los peatones... y todo por el nimio detalle de que el paso de los ídem está separado un montón de metros del flujo normal por donde pasa la gente: por la desembocadura de las esquinas.
Otro tanto ocurre en la esquina de Marianista Cubillo con la Avenida (la de toda la vida, esa que tiene más nombres que Bibi Andersen aunque sea sólo una). Tiempo ha, allí mismo, del banco que había hasta el freidor que ya no queda, nos esperaba un semáforo. Se reestructuró la avenida y el semáforo se cambió unos metros. Pero la gente que viene de un lado y del otro de las calles en perpendicular sigue cruzando por donde estaba. Porque es pura lógica. Y de esa lógica, al parecer, carecen quienes hacen los planos y las rectas.
¿Han intentado ustedes llegar a la glorieta Ingeniero la Cierva? Difícil tarea, porque si cruzas por el paso de cebra después de respetar el semáforo, te vienen en formación todos los coches que giran (sin poder verte) en la avenida y, peor todavía, los que salen flechaos desde Alonso Cano. Trasladar el paso de cebra unos metros más no estaría de más, lo suficiente para dar visibilidad al peatón y al conductor... y poner otro paso de cebra que llegara desde la parada de taxis del Cantábrico hasta la misma glorieta (puesto que los dos semáforos cerrados al unísono lo permiten), tampoco.
Luego tenemos el caos de la residencia, cincuenta metros donde lo raro es que no haya percances cada cinco minutos. Lo mismo el problema se palia trasladando las paradas de autobuses arriba y abajo de la avenida en ese punto, de modo que no queden en paralelo y obliguen a la carrera por no esperar el semáforo (que no desemboca, claro, en la puerta del hospital, como sería lo lógico). O colocando a lo largo de cada una de las aceras unas vallas de esas con publicidad, para impedir que en ese punto negrísimo el personal cruce. Además de impopular, la multa es un recurso demasiado fácil.
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