No es que de pronto Cádiz se haya vuelto Boca del Infierno, ni que estén rodando la segunda parte de E.T., ni siquiera que con la caraja del cambio de hora no nos hayamos dado cuenta de que ha llegado el carnaval antes de tiempo. No, han visto ustedes bien el calendario. Estamos a uno de noviembre, no en febrero. Y, no, no anda usted curdela: eso con lo que acaba de cruzarse en la macetilla era un vampiro, y el que venía a contraflecha por la calle era un muerto viviente, y el que le saluda con la cara vestida de blanco y usted no reconoce, aunque le suene la voz, iba disfrazado de Frankenstein. Pero resulta que esta noche, en los países de más al norte o de todo al oeste ha sido Halloween, que es como se dice en inglés de las Bretañas lo que nosotros hemos conocido siempre por Tosantos. Antes lo veíamos en el cine o los dibujitos animados de Carlitos y Snoopy y nos hacía gracia, una de esas cosas incomprensibles como las normas del béisbol o la manía de dejar los coches sin echar la llave en plena calle, que ya sabemos que en los USA viven todos felices y no hay delincuencia.
Nos parecía una cosa muy lejana eso de salir a la calle vestido de fantasma y pedir caramelos y adornarlo todo con calabazas de esas que dan una chispa de canguelo si se les mete una velita dentro. Pero ya está aquí, desde hace unos cuantos años, y hay colegios la mar de modernos donde se celebra de día y pubs y burgers donde se celebra de noche, entre telarañas de pega y camareros vestidos de zombies o de la niña del Exorcista, con unos maquillajes que se gastan los tíos que ni Paco Leal en sus buenos tiempos, oigan.
Y, claro, como siempre, las opiniones se dividen. Eso no es tradición nuestra, nos dicen, como si no supiéramos ya que una tradición se establece con tal de que se produzca dos veces seguidas, que a todos nos gusta más un cachondeo que a un tonto un pirulí, y después no nos la quita nadie ni con agua hirviendo: acuérdense ustedes del error populista de las barbacoas en la playa, cualquiera es el guapo que reconoce ahora que igual convendría dar marcha atrás y proteger el verano y salvar la mala impresión que luego se queda durante semanas en la arena. Tomarse la fecha de recuerdo a los muertos a chacota no es de recibo, nos recriminan otros, con más razón que los santos que hoy se conmemoran, escamoteando que tampoco va como muy en consonancia con la fecha eso de ponerle a un cochino la peluca de Juez Morcón o casar a dos pavos por el rito bantú de los famosetes de la tele, que todos vamos en peregrinación a ver esa especie de portalitos de Belén pseudo-carnavalescos con los que adornamos todas las plazas, y bien que echa el gremio de tenderos su imaginación y sus buenas horas en adornar los puestos con todo el arte, la dedicación y la gracia imaginables.
Me da en la nariz de bruja Piti que esto ya no hay quien nos lo quite nadie de encima. Una tradición más que sumar a las que ya tenemos, las que sustituyeron el carajillo por el cubata, las que reemplazaron el seguimiento al Real Madrid de baloncesto directamente por la NBA, la que convirtió a nuestra derechona cerril en la versión española del carca Partido Republicano de América. No debe ser casualidad, claro, que sea el naranja Halloween el color que ahora mismito llevan.
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