Andan mis hijos enchufaos a la caja tonta-pero-menos (en tanto que es de pago), y son especialistas en Lizzies McGuires, Kirbys, Kim Possibles (esa deliciosa versión espías de los personajes de Buffy), Totally Spies (o sea, la adaptación de Los Angeles de Charlie pero en dibujitos modernos), Sabrina y, sobre todo, Pokemon. Ya en alguna parte me he visto (más que nada por amor a ellos), en la tesitura de defender la serie.
Son unos intelectuales de este título, mis hijos. Y se saben los diálogos de memoria y son conscientes de con qué va a contraatar Ash Ketchum al ataque rayo del pokemon contrario y esas cosas. Yo, que como Clint Eastwood no me entero, alucino en colores y no puedo dejar de pensar que mi padre (que era experto en fútbol) alucinaría también en colores cuando yo hablaba de la muerte de Gwen Stacy, de los poderes de la Hermandad de los Malos Mutantes o de si el Capitán América se había convertido en el Nómada.
El otro día, viendo la serie, y en plan vena ecologista, me dio por pensar que el mundo de esos muñecajos que llevan los adolescentes guardados en bolitas mágicas es, sencillamente, desde un punto de vista moral, intolerable. Porque, a fin de cuentas, los Pokemon son la versión high-tech de las peleas de gallos o de perros, y quienes han tenido la desgracia de ver alguna en directo (nuestro llorado Fernando Quiñones, por ejemplo), salieron echando pestes de aquello para convertirse en adalides a favor de la prohibición de semejante canallada.
En el mundo de los monstruos de bolsillo, los Pokemon son eso, animales de combate. Poco menos que esclavos de niñitos pijos que basan su vida en la competición (y, vale, a veces en la inteligencia). Como jugar al ajedrez, un poner, solo que las piezas están vivas.
Y ahí entró en acción el adulto que a veces soy. Porque por mucho que Ash quiera a Pikachu, ni siquiera Pikachu tiene un nombre propio: es el de su especie (creo que aparte de eso Pikachu significa ratón). Y todos los demás monstruitos que salen solo están ahí para convertirse en versión biológica de estampitas o canicas.
Inmediatamente pensé también que tal vez dentro de diez o quince años a todo esto de los Pokemon le salga un Alan Moore, que es más o menos lo que yo estaba pensando: los Pokemon que toman consciencia de su situación intolerable, Ash que se niega a aceptar su manumisión o la lidera. Ya saben, ese tipo de cosas: ver un producto infantil con ojos y lógica y sabiduría (y aburrimiento) de persona mayor.
Y caí en la cuenta de que, en muchos aspectos, eso es lo que hemos hecho con nuestros tebeos del alma: darles una pátina de adultez, de seriedad, de barniz moral en ocasiones (barniz inmoral en otras). Se han hecho, entonces, muy buenos tebeos para adultos... pero no deja de parecerme que, también, se ha matado la gracia de esos tebeos. Porque aplicar la lógica del mundo real a los convencionalismos, torpezas, límites y simplificaciones de los tebeos es incluso sencillo. Lo difícil es hacerlo con gracia, con magia.
Mi reflexión es que los Pokemon no van a necesitar de ningún Alan Moore. Porque son eso: productos infantiles que los niños de mañana recordarán con agrado y con nostalgia, pero que no atesorarán en cuanto pasen a otras aficiones y otros gustos.
Lo mismo los tebeos nunca tendrían que haberse vuelto sobre sí mismos para convertir divertimentos simples en reflexiones serias sobre esos divertimentos, no lo sé. Lo mismo tendrían que haber pasado a hacerse otro tipo de tebeos, dejando los superhéroes y los rincones de la infancia en el baúl de los recuerdos o los patios de colegio de los niños.
Es curioso, además, que las grandes aportaciones de los cómics a la narración de historias (esas poses declamativas de Jack Kirby, los parlamentos de los villanos, las katas de combate) se vean tantísimo en los dibujos animados mencionados más arriba. Quizá los tebeos de los niños de hoy (y sin quizás) estén en los dibujos animados. Y quizás a nosotros no nos quede más remedio que aceptar que el mundo alguna vez tiene que ser en blanco y negro y papel áspero, con malos muy malos y buenos muy buenos, y que es lindo soñar con que vamos a salvar al universo sin desgarrarnos el uniforme, y al final conseguiremos ese besito casto de la chica que tanto nos gusta.
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