Después de 36 números que me han tenido, literalmente, en vilo, ha terminado por fin de editarse en nuestro país el manga Monster, del que ya hemos hablado en otra ocasión por aquí y al que no dudo en calificar como el mejor cómic publicado en España de los últimos diez años.
Se acabó pues la historia de la caza del doctor Tenma y el angelical y despiadado Johann. Y se acaba, como no podía ser de otra manera, con sobresaliente, con una trama que es capaz de repescar no sé si todos los cabos sueltos de la larguísima historia, pero sí casi todos los personajes que han ido cruzándose y descruzándose en su desarrollo. Todo en un climax final donde la lluvia y la soledad del pueblecito alemán pasan a formar parte de la acción, recalcando su presencia y convirtiéndose también en personajes.
Urasawa demuestra, una vez más, una visión del mundo absolutamente compasiva. Es capaz de mostrar el lado más feo de la humanidad (su monstruo) y, en ese mismo personaje, su lado más cándido y emotivo. Si creíamos que ésta era una historia de buenos y malos (y me parece que no, que no lo creíamos) la resolución de la trama deja claro que no. Nadie es perverso en sí mismo ni nadie es santo per se, y siempre el mal que unos personajes causan se encadena con el mal que otros han causado sobre ellos, directa o indirectamente. Por eso, claro, el final tiene que llevar a Tenma, de nuevo (y por dos veces casi consecutivas) a enfrentarse con su decisión de salvar o no al monstruo. Por eso el plano final puede parecer desconcertante siendo, de cualquier modo, plenamente consecuente con lo que se nos ha ido contando con una maestría que pocas veces ha dado la historieta: la posibilidad del mal seguirá siempre abierta, llámese como se llame, tenga el rostro que tenga.
Para bien o para mal, los personajes de Monster han ido hilvanando una gran Comedia Humana, y hay que destacar la endiablada habilidad del autor para abrirles un hueco en nuestros corazones. Incluso con la masacre final anunciada desde hace tres o cuatro números (en la no demasiado afortunada edición española, me refiero), uno siente un nudo en la garganta en algunos momentos puntuales, momentos que el autor magnifica con un sentido de la épica y de la poesía que recuerdan, en ocasiones, a Sergio Leone: ahí está el encuentro bajo el chaparrón entre Tenma y el inspector de policía, y la disculpa de éste, de espaldas, mientras se aleja. Y atención al estilo hiperrealista que es capaz de adoptar el dibujo cuando Urasawa quiere potenciar un detalle concreto, ya sean las armas o la emocionante botella de cerveza sobre la tumba de un amigo muerto.
Y el respeto, pese a todo, para el Monstruo, para Johan, tan víctima de sí mismo, cuyo nombre real ni siquiera llega a conocer.
Ya terminada la serie, habría que insistir en una reedición algo más digna: tomos más gruesos, donde no se disperse tanto la acción y donde el papel no se transparente (en ese aspecto, queda un efecto hasta atractivo si ponen ustedes un poco al trasluz la última página). Y con portadas que transmitan algo de lo que va a encontrarse dentro del tebeo. Y, quizás, con unos bocadillos o una rotulación que no actúen, como aquí pasa tantas veces, como retardador de lo que está sucediendo.
Releer ahora toda la historia, de corrido, debe ser un festín. Imaginen quién va a buscarse un hueco en la agenda para hacerlo.
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