Para que luego digan que no se aprenden cosas leyendo tebeos y las novelas de miedo de Stephen King. Resulta que los americanos usan el término "verano indio" para describir esos días de principios de otoño donde parece que de pronto el verano va a regresar, que vuelve el calor y el buen tiempo, como en los mejores días de julio o agosto, para de pronto, zas, cambiar la luz y la temperatura y darnos cuenta de que no, de que el otoño avanza y en seguidita, en algunos sitios, se convertirá en invierno. Nosotros lo conocemos como "Verano de San Miguel" o "veranillo del membrillo".
Pues mismamente, oigan. Que hace un calor de tres pares. Que uno va por la vida manchando camisas como si fuera un dimitidor profesional de equipos de fútbol, con la soga al cuello y lampando por un vasito de agüíta fresca o una cervecita nada más salir del cole. Así no hay quien recupere la línea, claro. Imposible meterte en una jaula de Faraday (vulgo aula) e intentar encandilar con tu sapiencia y con tu labia a los chavales: a las ocho y media de la mañana ya parece que estamos en un horno. A las dos y pico lo extraño es que no nos saquen del colegio en camilla y ceros noventa y dos, víctimas de lipotimias o golpes de calor. Un caso.
Y uno mira por la ventana (si tiene la suerte, o la desgracia, de que mirando por las ventanas de las clases se vea un trozo de mar y de playa) y ve todavía a gente paseando, a lo lejos, por la línea de la orilla, o en bici, o jugando a tirarle piedrecitas al perro como si estuviera ensayando para un anuncio de Dog Chow, y siente una inevitable nostalgia del verano, de lo que hizo y las mil cosas que se le quedaron por hacer, de los chapuzones que no se dio en su momento porque le apetecía más contemplar el flujo y reflujo de las olas o el tanguita rojo de la maciza de la sombrillita a topos.
Y es entonces cuando se comprende, claro, que los tebeos y Stephen King y la cultura yanqui tienen razón: Todavía es verano y nosotros estamos, en el trabajo, haciendo el indio.
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