Una de las cosas que más patidifuso me dejan, cuando escribo, es que no se me entienda lo que quiero decir. Vale que en el habla me atropelle, o me venza el acento, o ponga cara de palo cuando estoy de guasa o sometiendo a prueba a los que tengo enfrente. Pero cuando uno escribe se piensa mucho lo que está escribiendo, y como sabe que lo que uno escribe tiene más fuerza que lo que uno habla, procura en todo momento guardar las formas y no desbarrar demasiado. Es decir: en vivo y en directo soy tan políticamente incorrecto y tan dado a las descalificaciones generales como cualquiera. Por escrito y en diferido, intento siempre que impere el buen rollito y matizar mis opiniones y mis gustos.
Viene esto a cuento porque, no sé si lo saben ustedes, uno de esos enmascarados por el seudónimo que se han convertido en la plaga de este invento maravilloso que es internet (o sea, un troll, y por toda la blogsfera tenemos varios), me acusó en un desplante porque le borré los mensajes de ser un pobre ateo, entre otras lindezas.
Y ahí fue donde me quedé de piedra. Porque, verán ustedes, yo como mucho soy agnóstico, no ateo. O sea, por si no se me entiende: con mis pobres conocimientos y mis cortas entendederas no estoy en situación de decidir para nadie (ni para mí mismo) si existe un ser supremo o si somos fruto de la casualidad más miserable, si hay otra vida o si nos iremos directamente a la porra cuando estiremos la pata, si esto es una tirada única a los dados o si podremos tirar otra vez si nos sale el seis doble. Unos días (la mayoría, vale) pienso que no, y otros pienso que ojalá que hubiera algo, porque si no sería una putada. Mismamente, imagino, que como muchos de ustedes: vivir en el sinvivir de saber y no saber. En ocasiones, de más jovencito, me quitaba mucho el sueño.
Pero, y ahora viene la explicación, cuando hablo de que no me gustan las biblias (y "la" Biblia, o sea, el Antiguo Testamento, es una novela de aventuras que me encanta y que recomiendo siempre a mis alumnos) quiero decir que no me gustan los panfletos a mayor gloria de... ¿de quién? ¿De un autor de comics que escribe bajo los efectos de los psicotrópicos y me quiere convencer de chorradas aún más increíbles que las que la Iglesia de toda la vida lleva dos mil años manteniendo? ¿De un novelista de segunda que crea un batiburrillo de conexiones indemostrables para hacer un best-seller que no merece ni la tinta con el que está escrito? ¿De una serie de televisión que no es más que eso, un divertimento donde los actores y actrices cumplen con su papel y poco más, y lo mismo me da que sean lesbianas, que vegetarianas, que alcohólicas o ninfómanas o lideren oenegés o les guste por igual la carne y el pescado?
Cuando yo hablo de que no me gustan las biblias quiero decir que, de atalayas (no pun intended, JJ) está uno harto. Y, si ha llegado a la conclusión de que no puede llegar a ninguna conclusión, no le apetece que lo sometan a una comida de coco en una serie de medios que no son, precisamente, tratados de religión, ni de ética, ni de filosofía.
A eso me refiero. De muy jovencito tenía guardada la frase, que luego no sé en qué libro o historia he colado, "aprendió a no hacer una religión de nada, ni siquiera de sí mismo". Pues eso. Las religiones, para adentro y para cada uno. El proselitismo, para los fanáticos.
Y la diversión, para que nos divierta. Para no tomárnosla en serio. Para que nos permita tener una charla agradable, con un cafelito o una pantalla por delante. Pero no para que crucifiquen a unos o nos lapiden a otros porque pensemos diferente.
Los que pensemos.
Comentarios (43)
Categorías: Reflexiones