Estaban pasando en la segunda cadena Sangre y arena, en blanco y negro y muda, por lo que no se oían los rugidos de la fiera. Y embobado con las imágenes, y con el punto de modernez de la época que era (recuerden, entonces estábamos cambiando España), uno no podía sino sacudir la cabeza ante todos aquellos topicazos: el torero, la folklórica, la muerte en el ruedo. Y pensé, menos mal que estas cosas ya no pasan.
Justo entonces dieron la noticia, y casi en directo vimos cómo un toro mataba al torero de moda, corneándolo con una mala leche casi humana. Un torero casado con la tonadillera del momento y de todos los momentos desde entonces, la vuelta al ruedo de los tópicos, la España profunda o la España negra que regresaban, sacándonos del engaño de la modernidad que creíamos estar cimentando. Paquirri, la muerte, la Pantoja.
Fue el primero de los circos mediáticos, tan repetidos luego. La cogida, el matador en volandas, la sangre a borbotones mientras lo evacuaban de la plaza. El acoso y derribo a la viuda, que desde entonces nos persigue y nos maltrata.
Pero, sobre todo y para siempre, aquella lección de coraje, cómo la sangre fría de aquel hombre que se desangraba nos regalaba a todos una filosofía vital de quien vive su vida codo con codo con la muerte. "La herida es grave, hacia arriba, con dos trayectorias. Haga usted lo que tenga que hacer". Si alguien estaba tranquilo, era el muerto.
Un tópico más que se cumplía. Pero un tópico bello, esta vez, incluso en la tragedia. Cómo se puede ser más grande que la muerte y que la vida, simplemente sabiendo dónde se acaba el camino, y plantando cara, a puerta gayola, a lo inevitable.
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