Pero no con espiocha, sino con chaqueta y corbata y vestidos de seda salvaje y perfumes que iban de lo más apañadito a lo más apabullante. Me refiero, claro, a la presentación que se hizo anoche del nuevo periódico La Voz de Cádiz, que sale a la venta mañana y donde cada vez me da más pánico tener columna semanal, visto el listón tan alto que van a poner otros colaboradores y otras firmas de prestigio, muchísimo más baqueteadas en esto de lo plumífero que servidor de ustedes: Antonio Burgos, Manuel Alcántara, Rosa Regás o el gran Pepe Monforte. Pero en fin, si no te pones delante del toro, no te atropella.
Mucha gente, decía. O, más bien, todita toda. Una carpa gigante que se nos quedó chica, una jartá de calor y encima la chaqueta y la corbata, y muchos antiguos alumnos que ahora son profesionales de muchas cosas, incluso del periodismo o la medicina, y prohombres y promujeres de la vida pública y social, y toreros y cantaores y mujeres de bandera que uno no conoce de vista ni nada pero que se lucían entre la marea de vestidos como si, por fuerza, todo el mundo tuviera no sólo que volver la cabeza, sino decir mira quién es, qué mona.
Lo mejor, claro, el ratito con Fritz, con Manolo Ruiz Torres, con José Manuel Benítez Ariza, con Fermín Lobatón, y Oscar Lobato (que no son padre e hijo, ni el segundo se ha escapado de una novela de Pérez-Reverte), y el cachondeo de ir rellenando los columnistas del día a día: yo soy lunes, Manolo el martes, José Ramón Ripoll el jueves, un puzzle a ver cuándo es quién. Y la diversión de que amigos y compañeros de tantas aventuras literarias estemos ahora colaborando la mitad en el periódico de Cádiz de toda la vida (sí, el Diario), y la otra mitad en esta empresa nueva.
Lalia González-Santiago, flamante directriz, estaba flamante. Suerte, jefa. Le estás echando tanta ilusión a esto que da gusto seguirte.
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