Anda todavía estos días el personal compungido, triste, serio y ya medio bronceado nada más, suspirando por las caballitas (¿las mojarras son ya especie extinta, oigan?), los tintos de verano y las dos rubias del tanguita rojo y el top less que se ponían en la playa allá por el cementerio y que despertaban a los mismos muertos con sus cimbroneos de ola. Y resulta que ahora las pocas ganas de volver al trabajo hasta tienen nombre y todo: síndrome post-vacacional, o sea, que no somos en Cádiz los únicos que saben dónde está lo bueno-bueno.
Y es que aunque nuestro verano sea un desconcierto, un descontrol, un galimatías de atascos y de partidos de fútbol en el exilio, y de campamentos de refugiados en la playa hasta la madrugada (para desconsuelo de ecologistas y los que queremos seguir yendo a bañarnos el resto del mes sin pisar carbones como los fakires, ni cascos de botellas, ni pedazos de calimocho regurgitado y esas lindezas) , la verdad es que se echa de menos todo eso el primer día que tienes que cambiar las bermudas y la camiseta con lo siento picha por el pantalón de tergal y la camisa formal, o el mono azul de trabajo si uno tiene suerte y viene al caso. Imaginen cómo estarán los pobres en Madrid, que ni tienen playa ni feria que aventaje a otras capitales y lo único que pueden hacer, para sobrellevar el tedio, es hincharse a leer El Código da Vinci entre parada y parada de metro.
Aquí lo llevamos con resignación caleti, porque en el fondo sabemos que no es para tanto, y uno hace su bachillerato en la vida tirándose de cabeza desde el Puente Canal o metiendo la manita en la boca de los dos leones de correos, que eso sí que daba miedo-miedo. Y aunque las vacaciones se terminan, en seguida sabemos que llegan, y por ese orden: la Patrona, el 12 de octubre, los Tosantos, Navidad, Año Nuevo, Reyes, y a partir de ahí las pestiñadas, ostionadas, panizadas, panzadas y demás adas, y luego el carnaval y el carnaval chiquito y la semana santa y el corpus y el uno de mayo y las ferias de los Puertos y por fin otra vez el verano. O sea, que vamos por la vida de oca en oca y tiro porque me toca.
Eso, si no son ustedes como los gaditanos más inteligentes, los que entienden más que nadie y tienen razón en todo. Los que nunca hablan de vacaciones, sino de coger el permiso y saben que cuando se vive bien en Cádiz, y en la playita, es precisamente en septiembre.
Comentarios (28)
Categorías: Reflexiones