Dicen que ese día empezó de verdad el siglo veintiuno, que en el futuro se preguntará la gente, como con Kennedy, ¿dónde estabas el once de septiembre?, sin que haga falta decir de qué año, y sin que la pregunta tenga quizá sentido, porque quienes no estaban en lo que luego se llamó la zona cero (como mi amigo Fadu, que le pilló al ladito) sin dudan que estaban donde ustedes y donde yo mismo: viendo por televisión la muerte en directo.
No sé si recordamos, ya, después de haber visto otros horrores similares, después de haber visto los horrores que se desencadenaron en respuesta a ese horror nuevo, lo que sentimos mientras veíamos la caída de las dos torres, mientras el mundo se sacudía hasta sus cimientos. Todo ha cambiado desde entonces, sin que seamos conscientes ya de ello porque no recordamos cómo era antes, porque el efectivo y sistemático lavado de cara y de cerebro, porque el bombardeo mediático nos insta a seguir considerando que vivimos en un mundo que es como tiene que ser. Nosotros contra ellos.
No sé a quién benefició toda aquella muerte. O mejor, lo sé perfectamente. Los pueblos sometidos por la dictadura teocrática siguen igual o peor que antes. Los opresores, sin entender la lección, se crecen. Los fanáticos de uno y otro bando buscan cada vez más la confrontación, o ellos o nosotros. La caída de las torres (y jamás llegaremos a saber qué ocurrió en el Pentágono) nos dejó un mundo polarizado, estreñido, donde la vida humana vale ya lo mismo en todas partes: menos que nada.
El mundo cambió para todos, a peor, ese día. Pero si creímos que la violencia que lo mismo se refleja que se potencia en el cine y los tebeos, por ejemplo, iba a dar un giro, si pensamos que los media iban a hacer una reflexión mínima (aquello de "No hagais guerra nunca más", que decían en la última viñeta del Sargento Rock) sobre las causas que llevan a una cosa tan sencilla e impredecible y tan imposible de detener como un atentado suicida con una avioneta, nos equivocábamos. Todos se han atrincherado en sus posturas, y la gente normal, de allí y de acá, del tercer mundo y del primer mundo, ha perdido la seguridad que un día de hace tres años pudo creer que tuvo.
El espejismo de que podíamos controlar nuestras vidas saltó hecho pedazos hace hoy tres años, con los añicos de esas dos torres de cristal que desafiaban al viento. Ni las palabras de Shelley ya les quedan: Look on my works you mighty and despair. Quienes desesperamos ya no son los poderosos.
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