Al final va a resultar que, además del aceite, el jamón, el turismo y las demás señas de identidad de la península ibérica, también le dimos al mundo el prototipo del tipo de combatiente que se lleva ahora. Me refiero, claro, a Viriato, que en los libros de texto de mi infancia franquista, por aquello de que estaba por aquí cerca, prácticamente se glorificaba y que no sé si hoy estará tan borrado de los manuales de historia como los Reyes Católicos. Porque Viriato fue eso que aquellos libros tenían a honra: ni más ni menos que un guerrillero. Imagino que la palabra y el personaje desaparecerían en cuanto el Ché Guevara y Fidel Castro entraron metralleta en ristre y puro en la boca en La Habana, justo cuando Michael Corleone se las piraba.
Pero así va a ser la guerra de este siglo, o así está siendo, si no se convierte en algo peor, todavía más a lo bruto. La inteligencia (y hasta la maldad y la puñetería) de los seres humanos contra la espectacularidad asesina de las máquinas.
Una cosa tengo clara: si yo fuera guerrillero, no quisiera fundar una patria sobre los cadáveres de un centenar de escolares que sin duda se parecerían tanto, tantísimo, a los hijos propios que un día tendría que acompañar a la escuela, si, insisto, de verdad luchara por fundar una patria.
Comentarios (22)
Categorías: Un poquito de seriedad