Uno ya sabía que peor que El primer caballero (o que la segunda mitad de Excalibur, ya puestos), no iba a ser esta revisión "histórica" del mito de mitos, y tenía cierto morbo por ver cómo un gran espectáculo hollywoodiense ponía al día aquella serie de televisión, Arturo de Bretaña, que fue la primera en tratar de contar un Arturo sin Camelots ni oropeles tardomedievalistas, en el siglo V más o menos real y salvaje de donde, dicen, parte la base de la leyenda.
Pero lo cierto es que, como película, El rey Arturo no es gran cosa, en parte porque el casting (Keira Knightley aparte, aunque el personaje que interpreta no aporta nada a la historia) es soso con ganas, porque las escenas de batalla pasan de lo confuso a lo ridículo, y sobre todo porque el guión tarda una hora y media en darse cuenta de que tiene que contar algo.
Hay una historia ahí dentro, sí, y posiblemente una historia bonita, que no tendría por qué haber sido necesariamente una visión "histórica" del mito artúrico, sino un western, o una película de samuráis, incluso una película fantástica o de ciencia ficción. Se nos quiere contar no la base naturalista (más que histórica) de la Materia de Bretaña, sino la toma de conciencia de un líder y la definición de lo que es una patria. Podría haber sido una bella historia, con tintes épicos y dramáticos, pero se queda a medio camino, me temo que por torpeza.
Desnudar el árbol de Navidad del mito para dejarlo en su esqueleto es siempre un gesto peligroso y, puesto que los mitos y los iconos existen porque cada uno de nosotros tiene una visión propia, se corre el riesgo de no contentar a los puristas que, es la moda ahora, exigen una traslación letra a letra y coma a coma del libro o la hazaña de rigor. Será que como Arturo y la Tabla Redonda quedan ya tan lejos a los fans, o que se han hecho tantas y tantas versiones a lo largo de los siglos, algunas de ellas contrapuestas, aquí no se ha levantado la voz por las licencias que se toma el guionista. Bien que hace, en ese aspecto, pero ya digo que se corría un riesgo: al "desromantizar" los mitos artúricos, lo que nos ofrece es un espectáculo cualquiera donde los personajes se llaman igual que los de la leyenda pero no lo son, ni quieren serlo en ningún momento. Es (y de ahí el título del post) como los cómics Ultimate que ahora sufrimos: los personajes se llaman igual, pero no son los personajes de siempre.
Reducir a siete los caballeros de la Tabla Redonda remite, claro, a Los siete samuráis, Los siete Magníficos y, si me apuran, hasta aquellos viejos peplums de Maciste y los diez gladiadores de nuestra chiquillería pre-cinéfila. No sé qué necesidad hay de justificar un pasado no británico para los personajes, más allá de reconocer que los sármatas fueron expertos jinetes, pero la confusión entre britano (o celta) y picto y sajón queda un poco deslucida. Reducir a Merlín a jefe picto disfrazado de Alan Moore, convertir a Tristán en jinete huno (con el físico de Hokun de los cómics de Thor, por cierto), recuperar el personaje gritón de Brian Blessed en la serie televisiva, convertirlo en el homónimo de Sir Bors y entregárselo a Ray Winstone (que interpretó un personaje similarmente wolverinesco, Will Scarlett, en esa joya llamada Robin of Sherwood), iniciar la peli con una voz en off innecesaria, convertir a Ginebra en diablillo azul... son detalles extraños, que además rozan algún momento la inoperancia (¿detecto una relación homosexual entre Gawain -aquí estúpidamente traducido por Galván- y Galahad?).
Si a eso le sumamos que la película, en su afán por desmontar la historia y la leyenda, ni siquiera nombra al jefe sajón y a su hijo (veo en el casting que se les identifica como Cerdic y Cynric, pero que me maten si ese trasunto malasombra del capitán Barbossa no era Horsa sacado tal cual de los comics de Prince Valiant), que el origen de Excalibur queda absolutamente deslucido, y que la visión en contra de iglesia cristiana no se salda con una defensa del paganismo celta, sino del nihilismo a deshora, y que Arturo tiene exactamente la misma personalidad que el Máximo Meridio de Gladiator (el guionista es el mismo y me juego lo que ustedes quieran que se le propuso a Russel Crowe el papel antes que al inexpresivo Clive Owen)... pues nos encontramos con dos horitas justas de charlas sobre el honor y la lealtad; de caballeros sin casco; de ballestas que chirrían un tanto con la estética general; de sajones un poco carajas que, si desembarcan en el norte, por la muralla de Adriano, lo van a tener mucho más difícil que si desembarcan por el sur, franqueada esa muralla; de émulos de Sean Connery que convierten en fortachón al bufón de las leyendas y se cargan ellos solitos un lago helado a golpe de hachazo, y de malos que parecen hoolighans que van a un partido en vez de a la guerra.
Lo mejor, el bello momento en que Arturo se enfrenta él solo, vestido de romano y a caballo, a las hordas invasoras. Claro que esa escena, y en mejor, ya la contó en los años cuarenta Harold Foster con aquel centurión inmortal (¿homenaje a The Phantom?) que cuidaba la muralla de Adriano y mantenía con su sola presencia la paz en la Bretaña.
Lo peor, que uno no podía en el fondo evitar pensar que la historia iba a enderezarse en algún momento y convertirse en la leyenda que todos conocemos y hasta amamos.
Comentarios (37)
Categorías: Cine