Como dice en uno de sus poemas Juan José Téllez: "Hay que decir buenas noches a tiempo, despedirse de afectos y allegados, cuando se sabe que el viaje termina de improviso, que no vale la pena la ira y el asombro, y son cuatro días, como dijo el sabio y amar fue siempre un ave peregrina".
A tiempo dije buenas noches a los tebeos de Spider-Man, después de soportar historias mediocres durante años (para mí el mejor dibujante de los últimos tiempos del personaje sigue siendo Erik Larsen, que le cambió el disfraz -perdón, el uniforme- sin que nadie se diera cuenta) y de padecer historias francamente malísimas (la saga del clon, claro). Y lo hice justo cuando llegaba a bordo nada menos que JMS (las iniciales de ese señor que he escrito bien en el título y que no voy a intentar repetir, que una vez que acierta uno ya es mucho) y prometía traer nueva vida a las aventuras de Peter Parker.
Leí unos cuantos de esos primeros comic-books y, sí, estaban bien, pero no lograron engancharme ni superar el hartazgo de superhéroes que tengo desde que experimenté en carnes cómo se escriben los superhéroes. Aun así, le di el beneficio de la duda y es ahora cuando he hecho de tripas corazón y he vuelto a dar los buenos días al trepamuros al hacerme con la edición en trade paperback (a falta de uno, que viene todavía de camino).
¿Y?, se preguntarán ustedes. Bien, les contesto yo. Por primera vez en... ¿doce o quince años?, las historias de Spider-Man pueden leerse, y hasta se entienden. ¿Son la polla en vinagre? No, pero al menos se agradece que haya alguien (JMS, mismamente) que sepa cómo se cuenta una historia de Spider-Man y sea fiel a la tradición del personaje y esas cosas. Naturalmente, la continuidad se la toma a chufla, y lo mismo hasta bien que hace.
¿Cosas que llaman la atención? El eterno tira y afloja entre Peter y Mary Jane, que siempre ha resultado monótono y cansino: los superhéroes no están hechos para estar casados, y desde luego Spider-Man lo tiene peor que ningún otro. He perdido la cuenta de las peleas tontas y sin motivo, los agobios existencialistas y angustiosos de MJ Watson-Parker para ahora te quiero no te soporto me deprimo qué bueno que viniste. Uno nunca comprendió jamás qué hacía Peter con MJ (aparte de la respuesta obvia) y ni siquiera un guionista inteligente como JMS es capaz de dar una visión convincente de ese matrimonio (complicado por la topmodelez y la reconversión a actriz de ella) que parece más de mentira que los de Doris Day y Rock Hudson.
Luego está, claro, el caso de la inmortal Tía May. Marvel Comics, no sé si saben ustedes, es algo así como el coño de la Bernarda, o como un gran concurso de Carnaval donde nadie se contradice nunca: hoy se toma una decisión y mañana mismito se toma la contraria, y nadie dice ni pío, y todos son cools y guais y molones y entienden al fan y le dan lo que éste pide y hacen mucho caso a los foros de internet. Dos veces, dos, habían matado ya a la singular vieja. La primera, de mentirijillas según se desveló, al rondar el número 200 de la serie. La segunda, hace relativamente pocos años. Y en esa segunda muerte se ofreció una visión de la señora que tenía su gracia, y su valía, y hasta su detalle poético: May se moría revelando a Peter que estaba en el ajo de su secreto, chimpún, y quedaba como una reina.
No sé a quién le dio por resucitarla (¿puede que fuera a John Byrne, again?), pero la visión que da JMS de esta tía May le debe todo a ese número, aunque aquella tía May que murió fuera más falsa que un billete de tres euros. Tía May es ahora una mujer más moderna, mejor peinada, no tan desvalida, seca y fuerte y seria, poco quejumbrosa, que descubre el secreto de Peter y no le da el telele que era de imaginar. En resumen, es un personaje más redondo... Pero no es tía May. Ya que empezábamos el artículo en plan poético, recordar aquello de "allá los muertos entierren como Dios manda a sus muertos". Pues en Marvel siguen sin enterarse.
Luego está el gran momento culminante, el turning point en la vida de Peter Parker: su vuelta al cole como profesor. Vale, la idea es buena (yo mismo la había tenido, si acaso por identificación con el personaje). Pero las piruetas, peleas, persecuciones, malosos, mafiosos, secundarios, supervillanos, etc etc de Spider-Man dejan muy poco tiempo para reflexionar sobre el tema. En cuanto llegue otro guionista a bordo, Peter volverá a ser fotógrafo.
¿Y las aventuras?, se preguntarán ustedes. Pues bien, les contesto yo. Se dejan leer, ya les digo, lo cual es buena cosa. Y los trade paperbacks presentan bien los arcos argumentales, sin tener que esperar un mes entero para leer cien viñetas (que viene a ser lo que cunde ahora un comic-book). Straczynski (vaya, lo escribí completo) escribe bien, y el uso de los cartuchos en primera persona da inmediatez y calor a los tebeos, si bien hay cierta abundancia de soliloquios y de bellos diálogos de esos que se tienen que grabar en piedra (un defecto muy mío, por otra parte). Los personajes hablan tanto que, desacostumbrados sin duda ya a ello, y a salvo de los monosílabos de otros escritores del momento, aquí la rotulación es pequeñita pequeñita, muy cuadradita y de cuaderno de caligrafía Rubio, aunque esté hecha con un font de ordenador.
Ya, ¿pero y las historias?, se seguirán preguntando ustedes. Pues bien, hombre. Se dejan leer. Son historias con sabor a clásico, que no rancio. Lo peor, quizás, es que JMS es novato en esto de escribir tebeos, pese a su limitada experiencia previa, y que se le nota el truco: la presentación del personaje de Ezekiel es tan torpe que se nota que tenía pensado que fuera una versión alternativa o futura de Peter Parker, y que han tenido que alterarlo sobre la marcha, quizás porque todo quisque se ha dado cuenta, quizás porque a algún capitoste no le convence: si se fijan, en los primeros tebeos el tal Ezekiel tiene los ojos marrones (como Peter) y luego ya se los colorean de azul.
JMS escribe historias compactas, y lo hace sin tener en cuenta la continuidad, les decía más arriba. Y esto quizá no sea mala cosa. Lo malo es que parece querer presentarlas como si fueran cosa novedosa, y quizá lo fueron cuando él mismo dejó de leer tebeos de Spider-Man (que debió ser, si no me equivoco, allá por la saga del clon de Gwen Stacy). Lo cual le lleva a plantear situaciones muy cool, pero que ya hemos visto hasta la saciedad (la persecución de Morlun -visiblemente inspirado en Lestat-, que remite a aquella magnífica historia con el Juggernaut; la llamada de Peter a May mientras le están dando para el pelo, ya parodiada por el propio Alan Moore; el robo de los brazos de Octopus, que recuerda al segundo Buitre y a alguno de esos tebeos más recientes que no entiende nadie). Como JMS las cuenta con convicción, y creyéndose que inventa algo, eso que salimos todos ganando.
Es interesante el giro que pretender darle JMS hacia lo oculto y lo místico: desde la aparición continuada del Doctor Extraño hasta las explicaciones del tal Ezekiel sobre su conexión mística (lo que nos faltaba ya, los buenos guionistas son unos pirados de la magia, joder, ¿no habíamos quedado en que las religiones son todas un peñazo?). Se nota además que JMS escribirá algún día una mini-serie sobre Extraño, porque publicidad se hace y a mansalva sobre el tema.
Quien no está a la altura es Romita Jr, me temo. Su estilo suelto, caricaturesco de los últimos tiempos, que tanta fuerza le daba al personaje es aquí acartonado, descuidado, feo. Quizá huyendo de la sombra de su padre, el junior cae en un estilo feísta y deslavazado que remite a los peores momentos de McFarlane.
De la saga que marca el aniversario de Spider-Man y ese paseo por los momentos culminantes del personaje (donde, por tonto error, se permiten los autores recrear el momento en que Spider-Man se quita de encima aquella mole que le cayó en lo alto, durante la saga del Planeador Maestro... a pesar de que ya le hacen el homenaje al momento en unos números anteriores), cabe destacar esa revelación de la aparente "muerte" en el futuro de Spider-Man, y de su nuevo traje para la ocasión de entonces. Esa historia queda hermosamente rematada poco después (en el número 502, dentro del mismo tomo, dándole cierre), con la presentación del sastre Leo Zelinsky y su particular filosofía de la vida y su trabajo. Quizás sea el mejor número de todos cuantos componen esta etapa, con un fuerte sabor a Will Eisner.
No les hablo, claro, del número dedicado a las Torres Gemelas. El sonrojo me lo impide.
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