Es una pregunta que me venía haciendo desde hace tiempo. Cuando uno se encuentra por la calle a gente mayor (a ancianos, viejos, o miembros de la tercera edad, usen ustedes el eufemismo que quieran), ¿cómo es que les da a todos por vestirse de personas mayores? ¿Por qué un viejo de setenta años, hoy, viste prácticamente igual que hace treinta años?
Mi razonamiento: hace treinta años, en 1974, ese hombre tendría cuarenta años. O sea, sabría lo que era un pantalón de campana, unas patas de gallo, unas gafas de carey y unos patillones y un flequillo. Diez años antes, en 1964, con treinta, se habría creído si no moderno, sí en la modernez, hasta habría tenido un grupo de amigos, de vecinos, de parientes que serían ye-yés, camisas de flores y flequillos y minifaldas y botas blancas.
Pero héte aquí que pasa el tiempo y, zas, le llega a uno la edad de la vejez y va y se viste de como eran los viejos cuando él no lo era: sombrerito o mascota o boina, pantalones feos y de pana, chaquetas borrosas. Como si a cierta edad hubiera que vestir un disfraz obligatorio.
Y resulta que, observando observando, me doy cuenta de que es un caso que se da más en las mujeres que en los hombres. No es extraño ver a un anciano en chandal, o con vaqueros, o con zapatillas de deporte. Pero las señoras mayores, las ancianas o casi... parece que pertenezcan todas a la misma cofradía o la misma secta.
Vale que uno no puede meterse con lo que nadie siente cuando se queda viudo o viuda, y que, sí, cualquiera se puede vestir como le salga de las enaguas. Pero existe una tradición cultural y machista en esto de la moda que afecta, y muy seriamente, a las señoras de edad avanzada (eso que Connie Willlis, chínchense, llama señoras de pelo azul), y es, ni más ni menos, que los diseñadores de ropas pasan un kilo de ellas.
Fíjense ustedes en cualquier señora mayor, sobre todo ahora que es verano, y verán que si bien cualquier otro campo de edad viste ad libitum (o sea, como cree que le sale de las gónadas), las señoras entre sesenta años y lo que se pueda llegar visten todas, pobrecitas, con los mismos vestidos ligeros, estampados de flores, sayas de una pieza con manguitas cortas y algo hinchadas, los cuellos cerrados a la caja, los zapatos lisos y a ser posible veinticuatro horas. Vale que no vayan en minifalda, ni se dediquen a enseñar ombligo ni a lucir camisetas de Brasil como cualquier niñata que se precie, ¿pero por qué esa escasa capacidad de elección en el vestir? ¿Por qué nadie inventa una línea de ropa para señoras mayores que no las haga parecer, precisamente, señoras mayores?
Cuando las barbas (blancas) de tu vecino veas pelar...
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