Con eso de que los sábados por la noche normalmente nos reunimos en casa un puñado de amigos, o que uno tiene mogollón de dividíes a los que echar el ojo, o que se gasta una pasta gansa en no hacer el ganso viendo las teles de tierra en favor de las de conexión vía satélite, y que además se ve fatal Antena 3 por aquello de una antena mal instalada (all pun intended, here), pues les confieso que no le había prestado atención ninguna al programa Homo zapping que, según parece, llevan emitiendo hace la tira de tiempo, cuando otras cosas más importantes como famosetes muertos, retransmisiones deportivas o toneladas de anuncios no lo relegan a otro día, a otra hora o a otro archivo.
Las tardes de verano, ahora que todo el mundo está dormido en este país (¿por qué no se quedará ningún cerebro de guardia?) y ni siquiera hay Lo + plus que nos rescate de ver cómo, en la Dossss un bicho se come una cucharacha muerta (El Selu dixit), menos mal que me han sacudido de la modorra con una repesca de ese programa, todos los días, a eso de las cuatro menos algo (con los anuncios de la cadena, nunca se puede programar el video y da tiempo de irte a comprar el pan, discutir de la selección nacional, aparcar el coche y hasta darle un lavadito rápido y no hay problema, todavía te quedan diez o doce minutos de anuncios), y he podido ver que por lo menos aún queda algo de humor y un mucho de mala leche en alguna parte.
La premisa del programa, si no lo han visto ustedes (y ya tardan) es simple: un zapping, pero en broma (al menos lo que están pasando ahora, que es un remontaje de lo ya emitido fantasmagóricamente). O sea, sketches paródicos y sarcásticos a mayor vergüenza de lo que estamos viviendo en este país. Una crítica ácida y lúcida que se lleva por delante, por la mala baba implícita, a lo que puedan intentar hacer los humoristas "profesionales" con instalación en la primera cadena. La propuesta es gamberra, lo más parecido a un teatro independiente que se pueda pasar por televisión: chistes escatológicos si se tercia, visiones sangrantes de famosetes del tres al cuarto y de estrellas mediáticas, la uña en el ojo de los presentadores de turno y las folklóricas venidas a medias y los programas que nos embrutecen.
Hay mala baba, sí. No llega obviamente la sangre al río, pero sí se nota una actitud crítica que, insisto, los humoristas no tienen, más empeñados en bordar el parecido físico (hoy los maquilladores son de primera) o estirar sus propios chistes ya por encima del icono caricaturizado que en poner en solfa al individuo o la individua donde se centra la parodia. En ese sentido, Homo zapping le gana por la mano al otro gran programa irreverente (pero contenido) que son los muñecos del guiñol, aunque apenas se meta en política. La visión que ofrecen de María Teresa Campos, la fauna de Crónicas Marcianas, Belén Esteban, la prensa rosa, Ana Obregón, Anne Igartiburu, Parada, la Gemio, Pedro Erquicia, Raquel Revuelta, Garci y demás conocidos a través del cristal consigue eso que ya han conseguido los muñecos de felpa y látex: que la persona caricaturizada acabe pareciéndose al muñeco o la parodia, y no al contrario.
El dato curioso es que, ayer mismo, mientras zapeaba (zapineaba, que dice mi hermano) entre la descarga de anuncios de los que tampoco se libra este programita, vi que en la cadena paralela había montado un guirigay de señoras desconocidas que se trabucaban al hablar y acusaban no sé qué de venta de pisos de un concursante de esos lesbo-hetero-homo-analfabetos mientras tres o cuatro desconocidos vestidos a la última moda atroz de colas de caballo y camisas tipo Magnum u organdillas estilo Ibiza ad lib le chillaban sandeces o trataban de aplicarle el tercer grado. Ya ha salido la contraprogramación, pensé, ya han inventado otro programa de humor parecido.
Pero qué va. El otro programa era de verdad. La realidad ha acabado por ser más casposa y más esperpéntica que la parodia. Me acordé de Orwell, claro. Y no de Gran Hermano, sino del final de Rebelión en la Granja, cuando los animales miran a los cerdos y a los hombres y no son capaces de distinguir ya una cosa de la otra.
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