¿Hay algo peor que una mudanza, esa locura absoluta que es sacar todo lo que tienes en tu casa, meterlo en cajas, sellar las cajas, perderte en el lío de las cajas, contratar a un camión, bajar los trastos, hacer un trayecto largo o corto, llegar al sitio nuevo, sacar los trastos, abrir las cajas, vaciar el contenido de las cajas, ponerlo todo en orden?
Lo hay. Es cuando esa misma mudanza se realiza en tu propia casa. Cuando, como mi caso ahora, vamos a cambiar de dormitorio y aprovechamos, que ya hace falta, para pintar las paredes. Hay que sacar ropa (y tenemos, se lo digo a mi mujer, demasiada ropa), y desmontar el armario viejo, y pintar, y esperar a que traigan el armario nuevo, y esperar a que alguien venga a llevarse el dormitorio viejo.
Mi casa ahora mismo es un caos. Como una mudanza, sí, pero dentro de la misma casa.
Y todavía no hemos empezado la faena gorda, la de la pintura.
¡Socorro!
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