Imagino que para desazón de Bruno Bettelheim, los cuentos de hadas ya no forman parte de nuestra cultura: hoy los niños se saben de memoria los poderes de los Pokemon pero les trae al pairo la lección moral que entrañan historias como Blancanieves o Caperucita.
Buena parte de la culpa de la trivialización del cuento de hadas (que es, en gran medida, un cuento de terror) lo debe de tener el cine, y en especial Walt Disney, que rebajó los contenidos y les dio una estética propia que anuló las estéticas anteriores. Dicho de otra manera: los referentes de los cuentos de hadas se perdieron y un montón de generaciones (la mía quizá fuera la última) han crecido imaginando a los personajes que con tanto mimo recopilaran los hermanos Grimm con unas características físicas y/o espirituales que poco tienen que ver con como son esos personajes y esas historias de verdad. Comprueben ustedes, si quieren, la terrible historia verdadera de La sirenita de Andersen y díganme si no es más hermosa (y, sí, más cruel) que aquello que filmaron los herederos del tío Walt con cangrejos parlantes.
Pero a todo le llega la hora y estamos en plena época de deconstrucción de ese nuevo cuento de hadas apócrifo que hemos venido viviendo desde 1937. Los personajes de los cuentos de hadas (o de la literatura infantil), a la luz de sus versiones cinematográficas, se merecían desde hacía tiempo un buen vapuleo. Y es sintomático que ese vapuleo se haga metiendo el dedo en el ojo de la Disney, contra quien van dirigidas muchas puyas de Shrek 2, como lo fueron ya en la primera parte.
El mundo de Shrek es ese mundo de oropeles falsos que nos ha tocado vivir, y no extraña que se equipare descaradamente con Hollywood y Beverly Hills. Al glamour se contrapone la escatología, sí, pero también al artificio hueco se enfrenta la inteligencia. Shrek, Asno, Fiona, El Gato con Botas gozan siempre de los más chispeantes diálogos, mientras que los personajes negativos (el Príncipe Encantador, el Hada Madrina) no salen de los tópicos que cabrían imaginar de ellos si la película fuera un Disney clásico.
Al subvertir el orden moral (lo feo es bello, lo hermoso es falso, etcétera), se roza un punto la moralina, pero se hace con sentido del humor y con la carcajada de la auto-parodia siempre presta. En el fondo, como ya pasara con las dos secuelas de Matrix, no se nos está presentando aquí nada que no sucediera ya en los minutos finales de la primera parte, pero se agradece el recital de referentes, que como no puede ser de otra manera usa y abusa del cine como marco: desde el leitmotiv que parece sacado de Adivina quién viene esta noche a los gags visuales que remiten tanto a películas modernas que están en la mente de la chiquillería contemporánea (el beso de Spider-Man), a los otros detalles cinéfilos que más van dirigidos a los papás (el sombrero perdido del Gato con Botas al estilo Indiana Jones) o a los abuelitos (el revuelque en la playa tipo De aquí a la eternidad, pero con sirena). El guiño y el referente están más para los adultos que para los niños, y no me cabe duda de que es en el público talludito donde Shrek tendrá sus mayores defensores y seguidores, porque el aliño es jugoso (y tampoco hay que dudar que muchos de esos referentes tan típicamente yanquis se nos pierden).
Dicho lo cual, estéticamente la película tiene todavía algún que otro reparo: no están bien conseguidos los personajes humanos, y a veces las proporciones se trastocan. En ese aspecto, Pixar sigue estando a la cabeza de la animación por ordenador.
A destacar el argumento y los vericuetos de la trama, mucho más elaborados de lo que podría suponerse (no es un guión plano ni de peripecia continuada), a pesar de algún gazapo final (¿cómo llegan Pinocho et company al rescate desde la ciénaga al país que está Muy lejos muy lejos en el transcurso de pocos minutos?). El doblaje juega en V.O. un nivel de complicidad que aquí sólo podemos arañar (habría estado bien que al Príncipe Encantador lo hubiera doblado Beckham, por ejemplo), pero las morcillas de Cruz y Raya sirven para acercar ese juego referentual que se pierde en otros matices (Julie Andrews dando vida a la reina Hepburn, o John Cleese al rey Tracy).
Hay que lamentar que las canciones de fondo (y la canción final) no se hayan traducido. Por si alguien se pregunta por qué El gato con botas/Antonio Banderas marca con una "P" a sus adversarios: el personaje en inglés se llama Puss in Boots. De nada.
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