Estuve el fin de semana de copas. Ya saben ustedes, salir de marcha y acabar con la impresión de que uno va por la vida imitando a Dinio. Porque es una gran verdad, que dijera el no bien ponderado Vader: la noche me confunde.
Uno ha sido siempre más de sentarse en un banco, o en un sofá, con o sin bebida con cubitos en la mano, y charlar y charlar hasta que te dan calambres. Vamos, que no, que cuando pensaron el anuncio aquel de los noctámbulos, los crápulas y eso no me tomaron a mí como modelo. Y, desde que uno es papá, menos sale todavía (ya ni siquiera al cine como en tiempos), y contadas son las oportunidades que a uno le quedan para ir de copas con los amigos y pasar eso que se llama un ratito divertido.
Para empezar, claro, el ruido infernal. Todavía no he aprendido a leer bien los labios, y si me cuesta trabajo hablar por un móvil con toda la contaminación acústica que hay siempre alrededor, por no hablar de la falta de cobertura, no les digo a ustedes la barahúnda que suele haber en eso que eufemísticamente se ha dado en llamar "bar de copas". Y pongo el ejemplo del móvil porque, sí, en medio de una algarabía de chunda chundas estrepitosa y pantallas de televisión donde unos frikis en mountain bikes se daban unos carajazos de impresión, varias nenas de las de antes de ahora hablaban por el móvil como si estuvieran gozando de la inmensa placidez muda del Sáhara.
Es curiosa la fauna de la noche. Y si uno la ve con cierto despegue y cierto cachondeo (cosa que yo no puedo siempre, porque salta el moralista que hay en mí) da para escribir mucho, para reírte mucho y para conocer un pelín más a la especie humana de la que formamos parte posiblemente porque no nos preguntaron antes.
Comentábamos la falta de glamour en general. No sé en los baretos que ustedes frecuentan, pero en los que yo no frecuento y a los que de tarde en tarde me asomo había una total falta de inteligencia en esto del vestir, del hablar, del comportarse, hasta del beber o de tatuarse (una profesión con mucho futuro, sí, la de quitador de tatuajes dentro de diez o quince años). La gente enmascara su soledad, o ni siquiera se da cuenta de que lo hace, emperifollándose a ver si folla, e imagino que dará buen resultado cuando el ejemplo cunde. No es que uno pretenda que el personal vista de Armani y cite a Descartes, pero una cosa es ir a la moda y otra dar el cante, parecer modelno y acabar yendo por la vida de pilingui.
Será que uno se mira en el espejo falso de Sexo en Nueva York, pero les juro que hasta vi a sus cuatro equivalentes gaditanas, treintañeras largas bailoteando en una barra, comiéndose con los ojos a todo lo que tuviera pantalones y cargara, pero me temo que sin las conversaciones afiladas de Carrie y compañía.
Que una cosa es el glamour y otra muy distinta la clase.
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