Pues ya tienen el carnet de personas mayores, pobrecitos. Esta mañana les han dado a mis niños las notas de selectividad, y los pasillos del cole eran un hervidero de cuerpos bronceados y caritas de estupor, y de alegría, y de sorpresa. Alguna lagrimita por parte de quien no sabe si le dará la nota de corte o no para estudiar lo que quería (espero que sí), y el suspiro de casi todos, y hasta la carita avergonzada de quien reconoce que la nota no coincide con la que cabría de esperar, de ella o de él, porque ha copiado.
Sólo ha suspendido uno de los muchos que habíamos presentado (había otros pocos que se han quedado a la espera de septiembre), y lo siento por él, porque los estudios sin duda son esa cuesta arriba que se nos antoja a todos y más en su caso, que quiere ser actor, perdón, que es actor (y de los buenos, cómo proyecta el tío la voz), y los mismo no aprobar la selectividad lo fastidia un tanto: es el sino de los últimos románticos, Mario, ánimo.
El cole, mientras tanto, se va despoblando de niños; ya solo quedamos los maestros, convertidos en esa cosa tan espantosa: en funcionarios, en escribanos, en burócratas. Siete días todavía de papeleos y reuniones, y pasar mucho calor, y desayunar cuatro veces.
En la playa, mis niños estos dos meses que vienen, y por las noches, saborearán la alegría del último verano en libertad, diciéndole adiós para siempre al Peter Pan que se les morirá en septiembre. Tened cuidado ahí fuera. Venid a visitarme de vez en cuando.
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