Las películas son estructura. Los libros también, pero cuesta más trabajo encontrarla, y no es necesario que esa estructura se comprima en un bucle casi perfecto de ciento ochenta minutos. En un libro vale la concatenación de escenas: se las llama capítulos. Pero un largometraje necesita la peripecia, no el episodio. El episodio, y su relación dentro de un arco narrativo, tiene en imágenes su vehículo ideal, y se llama televisión.
Las dos películas anteriores de Harry Potter tenían un claro problema de estructura, pero lo solventaban con cierta gracia y con una buena dosificación de los misterios. Esta tercera entrega, por desgracia, ejemplifica el problema que tiene esta franquicia: su mundo natural son los libros, y una versión en imágenes, en cine, sólo puede proporcionar espectacularidad, pero sufre de una larguísima exposición continuada. Dicho de otra manera: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban, the film, no empieza hasta que ya llevamos vistos ochenta minutos de escenas que encajan mal unas con otras.
Chris Columbus puede que no sea Orson Wells, pero manejaba con más tino la narración que Alfonso Cuarón (quizá porque, en el fondo, el Columbus guionista ya había inventado prácticamente media estética Potter en su Young Sherlock Holmes). O quizá, claro, es que las dos primeras pelis jugaban al descubrimiento y ya queda poco más que el reconocimiento. O puede ser, me temo, que el tiempo les juega a la contra a los actores, de ahí que se rueden tan rápido unas pelis con otras, y la simpleza y la ingenuidad de los personajes se contradicen con el estirón enorme que han dado todos. Dicho de otra forma: Harry y compañía están haciendo de pre-adolescentes, pero sus físicos parecen ya de pre-adultos. Y ya no parecen chiquillos: parecen tontos.
Los efectos especiales, como viene siendo norma, abusan del muñequeo: lo mismo hay una escena bellísima que otra donde todo el mundo parece que es de plástico (la cara de Daniel Radcliffe lo parece siempre: qué cutis tiene el tío). Se abusa del humor grueso, despendolado, sin gracia ninguna, dickensiano bufo, y se intenta con poca gracia crear situaciones de mucho miedo, pero ni los hombres lobos ni los perrazos negros, porque parecen de mentira, asustan a los propios niños. Y, claro, los dementors recuerdan demasiado a los nazgul, y esos daban mucho miedo, sobre todo a caballo.
La película es torpe, en su guión y en su planificación, por más que se busquen encuadres inéditos en los bosques cercanos a Hogwarts. El supuesto primer clímax final, el encuentro de todos en la cabaña, es tan torpe que recuerda a lo peor del teatro de vodevil, puertas que se abren y se cierran y personajes que se llevan las manos a la cabeza, como si fueran cornudos que descubren al butanero dentro del armario, pero en infantil. Más gracia tiene, luego, el bucle temporal. Pero la película no fluye, no tiene clímax. Los grandes actores que hay ahí dentro (Alan Rickman, Maggie Smith, David Thewlis, Gary Oldman, Emma Thomson parodiando su rol de delegada de curso progre, igual que su ex se parodió a sí mismo en la anterior entrega), apenas tienen tiempo de lucirse, y por desgracia los tres actores "infantiles" no pueden con el peso de la película. Cierto que el doblaje es infame, pero parece increíble que nadie le haya dicho todavía a Daniel Radcliffe que actuar no consiste en abrir mucho los ojos. Se desaprovecha además la figura en la sombra de Draco Malfoy: más pequeñito, parecía un villano. Ahora, algo más mayor, parece directamente un cretino. Me temo que la única que tiene futuro en esto de actuar es Emma Watson (Hermione), porque Rupert Grint (Ron) está tan mal dirigido en su papel de gracioso infantil, cuando ya mide casi dos metros y está cachas, que da grima.
Ya se está rodando, a toda leche, imagino, la cuarta película, que supongo será la última con este elenco, porque los actores crecen más rápido que los personajes. Eso redundará en detrimento de la estilización en el guión (a éste le sobran sus buenos treinta minutos, juego Quiddich y versiones de escenas para juegos de ordenador incluídos) y en el abaratamiento de los efectos especiales (¿he dicho ya que en la lucha a luz de la luna, tanto por la textura de la imagen como por lo chusco del efectospecialeo, me temí que fuera a aparecer por allí Hugh Jackman haciendo de Van Helsing?). Da lo mismo el resultado: será un éxito.
Tiene que ser muy duro, no crean, saber que vas a barrer hagas lo que hagas. Y lo curioso es que ahí hay material para haber hecho una buena película (yo quisiera ver, en tono adulto, la historia verdadera de los padres de Harry y de Sirius Black y del innombrable, ¿tiene mucho que hacer Alan Moore estos días?). Y, sin duda, porque sería su medio natural, una buena serie de televisión, a la inglesa, arriba y abajo en esas escaleras que se cruzan, con esos cuadros donde uno ansía meterse, por esos pasillos donde pueden pasar tantas cosas, donde se explorara no necesariamente la historia de Harry, sino ese colegio que es a la vez tétrico y de pan de azúcar, imagino que como la mayoría de los colegios.
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