Me llamó anoche mi amigo Téllez para una entrevista o un artículo que está haciendo, y va el tío y me pregunta a bocajarro que qué pienso de eso que han declarado hace unos días unos científicos alemanes, que han descubierto que la Atlántida estaba, según ellos, a pocos kilómetros de las orillitas de Cádiz.
Y me quedé, oigan, de piedra ostionera. ¿Qué tengo que ver yo con eso?, le pregunto. Y Juanjo va y me dice que, como escribo ciencia ficción y esas cosas...
Al final, claro, acabé por tomármelo a chufla, y entre boutades y tonterías varias, tras recordarle que uno es escritor sin etiquetas aunque le guste vestir de marca, le di un repaso a Platón ("que estaba como una chota y además era un facha", creo que dije), y le recordé a Juanjo, por si no se daba cuenta, de que una cosa es la ficción de los Diálogos y otra cosa tomar a pies juntillas todo lo que se escribe.
Pero es uno más de los sambenitos estúpidos que tenemos que soportar quienes hacemos literatura más o menos fantástica en este país (no sé en otros). Mi urólogo, cada vez que me ve, me pregunta por los ovnis, y yo, como soy muy discreto y estoy en sus manos, me muerdo la lengua mientras me llevo la mano al costado y no le confieso que no creo en los ovnis, que no he creído nunca en la vida, y que me la repampinfla que pueda o no haber vida en otro confín de la galaxia.
Y que eso no es óbice para que, sí, escriba de vez en cuando relatos de ciencia ficción donde sí hay vida en otros planetas.
Porque, verán, uno cuenta historias, no quiere hacer profesión de fe. Escribe ficción, narrativa, no biblias. Si no, me dedicaría a la non-fiction, aunque esa non-fiction sea descabellada, y la presentaría como si fueran hechos consumados.
Hace tiempo tuve con mi amigo Tomi (que ahora está en las Inglaterras, missing in action) una interesante discusión sobre si los viajes en el tiempo eran posibles o no. O, más bien, si las paradojas temporales que podrían crear los viajes en el tiempo eran un bucle cerrado o crearían del tirón mundos paralelos. Tomi me puso la cabeza como un bombo, con datos, teorías, estudios (¿estás por ahí, Efedito?) explicando su postura, que negaba una de las posibilidades (no recuerdo cuál) en favor de la otra. Confieso que no entendí el noventa por ciento de lo que me quiso explicar.
Pero, claro, tampoco él me entendía a mí. Yo no pretendo con mis historias dar clases de física. Pretendo entretener (dejemos de momento lo de hacer pensar y dar lecciones morales), y si en una historia me interesa que el tiempo sea cerrado, será cerrado. Y si en la siguiente me interesa que el bucle se abra y cree un mundo paralelo, habrá un bucle paralelo y será abierto. Así de sencillo. Es ficción. En una novela la parejita es feliz y come perdices y en otra se separan y viven el resto de sus vidas odiándose a muerte.
Así de simple. He escrito y supongo que volveré a escribir algún día ciencia ficción, vale. Pero no creo en los ovnis, ya les digo. Me importa un pepino que existiera la Atlántida o no. No creo que de verdad haya hombres de negro o que abduzcan a la gente por esas carreteras perdidas, ni que las estatuas de las vírgenes lloren sangre, ni que la Sábana Santa de Turín sea verdad (aunque fue verdad para uno de mis relatos: Ora pro Nobis, Llena eres de gracia).
No soy un mafioso porque escriba una historia de la mafia. Ni un asesino en serie porque escriba una historia de asesinos en serie. Ni un extraterrestre porque en un relato me interese que los haya. Ni un robot, ni un príncipe errante, ni un vikingo, ni un superhéroe, ni un dios rebotado, ni un mendigo, ni una prostituta, ni un boxeador sin memoria.
Ni siquiera me como una rosca, y eso a veces, los personajes de mis novelas, lo consiguen.
Eso que les envidio, naturalmente.
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