Convendrán ustedes conmigo que, esto de ir a votar, se ha quedado antiguo, y menos mal que no nos marcan la manita con tinta indeleble como hacen en las puertas de las discotecas los días de fiestorro fin de curso adolescente.
Pero es que el rito se ha quedado viejo, anticuado, prehistórico. Un montón de gente de aspecto aburrido detrás de una mesa, los interventores de los partidos creyéndose que son el sheriff del lugar, el presidente de la mesa que pronuncia tu nombre en voz alta delante de todo el mundo (y que a mí siempre me hace recordar aquella escena de Bananas cuando Woody Allen hace lo imposible por comprar sin ser advertido una revista porno), más el par de viejas emperifolladas (carcamonías, las llamamos en Cadi) que se empeñan en ver a quién votas y te miran con gesto de desprecio cuando te das cuenta de a quién lo haces.
Y luego, claro, que ni la papeleta cabe en la urna ni te dejan introducirla propiamente, que es lo que más ilusión nos hace a todos.
No entro ya en el contrasentido de las listas cerradas, en el gasto en papel, en la cantidad de partidos ridículos que existen y en lo complicado que es en algunas circunscripciones simplemente ver cómo se dobla la papeleta del Senado. Y no voy a hablar de la injusta ley d?Hont (o como se escriba, no tengo ganas de recurrir al google), que hace que existan ciudadanos de primera y segunda y nacionalismos de primera y de tercera.
Lo que sigue pareciendo un contrasentido es el sistema de recuento, el sistema de ir a votar, perdiendo minutos (a veces horas) de tu tiempo libre (y si es domingo y es verano, imaginen).
Con lo sencillo y lo apañado y lo prístino y lo de todo que es votar tan tranquilito desde casa, desde la red. Enchufas, pinchas, das tu clave, vuelves a pinchar, y santas pascuas. Naturalmente, tendrá que haber sistemas para que no se pueda manipular el voto, y salvaguardas para que ese voto sea secreto. Pero la democracia, que es un regalo que nos hemos dado a nosotros mismos, y que exige esfuerzos, tiene que ser además algo inmediato, directo, que no suponga un esfuerzo oneroso. Ya podemos hacer la (maldita) declaración de Hacienda por internet. Ya podemos hacer operaciones bancarias por internet. Estamos fichados en el gran ordenador del Gran Hermano estatal. ¿Qué les cuesta calentarse un poco los cascos, en toda Europa, y permitir de una vez el voto internetero?
Ese es, sin duda, el futuro. Y a mí, claro, me gustaría verlo.
Los políticos de toda Europa, si les queda, estarán con la cara colorá de vergüenza después del varapalo que les ha dado la abstención al sueño de unidad etcétera etcétera. Un buen aliciente, me parece, para que la gente mueva el culo (aparte de tener programas electorales claros, claro, y gente válida que vaya a partirse los cuernos, y aclarar de una vez qué queremos que sea la Unión Europea y todo eso) podría ser la novedad de votar, por una vez, y a partir de entonces por muchas, sabiendo que somos parte del futuro que nos llega.
El futuro es imparable. Y contar sobre a sobre, voto a voto, carnet a carnet es taaaaaan molesto, tan antiguo, tan demodé...
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