Por si nos creímos alguna vez que sí, que era posible volver a hacer el bachillerato, que el río pasa dos veces por la misma vida y el sabor dulce de ayer no se te volverá soso mañana, ahí tienen ustedes, la muestra palpable y clara de que algo ha cambiado este país, o de que los años pasan y las canas, por muy hermosas que nos parezcan, son el signo de que algo se empieza a estar acabando.
Nos creímos que era posible volver atrás en el tiempo, divertirnos con preguntitas de preescolar, enamorarnos de nuevo de muslos turgentes y gafas sin cristal adolescente. Nos creímos que nos iban a volver a hacer gracia los chistes tontos, las muletillas ciegas, el afán compulsivo de conseguir algo a cambio de nada.
Y no ha sido posible, ya lo ven ustedes. Ningún enemigo como el tiempo. Nada más terrible que la lucha por las audiencias.
Chicho Ibáñez Serrador, al que en tanta estima tengo, siquiera porque sé que le gusta el fantástico y espero todavía una gran película suya, acaba de recibir el cerrojazo. De las tres puertas originales del Un, dos, tres..., le acaban de dar en la cara con la más fea de todas ellas: la que traía la calabaza.
Son otros tiempos y el programa, lo dice él mismo, no se remozó lo suficiente ni fue tampoco un calco exacto de lo que era. Y, aunque él no vaya a reconocerlo, ni el nivel subcultural de los concursantes de ahora, ni el carisma del presentador, ni las bromitas de los de la parte negativa, ni el sex appeal de las bellas cachudas, ni el coñazo larguísimo de la subasta que ya no es tal pueden aguantar hoy tal como era antes, cuando no existía el zapping por el sencillo motivo de que no existían los mandos a distancia, ni tantas cadenas repetidas vomitando estupideces color caramelo rosa.
No se puede mirar atrás, Chicho. Lo intentaste y da la lección por aprendida. Ahora cuéntanos, anda, una peli de mucho miedo.
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