Ella estuvo la mañana entera mirando al cielo, pero ya se sabía que iba a venir lluvia. A nadie se le pasó por la cabeza, con tantos nervios, con tantas prisas (peinados, vestidos, llamadas telefónicas a deshora, pliegues y frunces, rizos, joyas y anillos) cumplir con la tradición (que quizá no conocían) y llevar al convento la docena de huevos pertinente, la mordida a los de las alturas.
Por eso llovió. Como pocas veces se ve llover, el día pintado de gris, desde temprano, más oscuro a mediodía y por fin, ya por la tarde, de tormenta negra, con aparato eléctrico, como si en el aire alguien se estuviera entreteniendo haciendo radiografías al mar, o al horizonte.
Más que un cortejo nupcial, el Peugeot 205 rojo parecía un submarino: bajo la tromba de agua, cruzando el Puente, no se distinguía la mar de la cortina de lluvia que todo lo volvía acero y húmedo. Hubo hasta peligro, no de que la boda quedara deslucida, que ya estaba claro que sí, con tanto chaparrón, sino de que algún coche pegara un patinazo y hubiera una desgracia. Hubo suerte y no pasó nada.
En la iglesia, la gente se apiñaba con paraguas y ropa elegante e incómoda, con goterones de lluvia resbalándoles por las pestañas. Sé que la novia, que habría dejado de llorar en algún momento, las pasó canutas para poder cruzar los pocos metros que la separaban de la puerta de su casa al coche de rigor (un coche, por cierto, del que solo queda un tapacubos, pero eso es historia aparte), y también tuvo problemas para desembarcar la cola y el ramo y no pisar los charcos mientras entraba en la iglesia por propia voluntad.
De ese día, el novio recuerda el frío en los pies, y el baile de claqué que se marcó en la puerta para demostrar que no estaba nervioso (y no lo estaba). Y la lata de ser protagonista de un acto que hasta ahora, siempre, y desde entonces, siempre, había visto desde la barrera.
Al salir de la iglesia, ya por suerte, no llovía. O daba igual. Aleja jact est, y todo eso. Lo pasado, pasado estaba, y daba lo mismo.
Esa fue mi boda. Por si no hubiera habido agua suficiente, esa misma noche, en casa, se nos reventó una tubería recién instalada y estuvimos hasta las tantas achicando la cocina. Cosas que pasan.
Al día siguiente hizo un sol maravilloso, casi de verano, y un cielo azul y unas nubes de película. Después, como en una frase de García Márquez, ya no llovió en cinco años.
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