Mi primer artículo-homilía exhortando, desde las páginas de Dolmen, al visionado de Angel, cuando todavía no se había (mal) estrenado aquí y estaba enganchado a la tercera temporada via DVD. La serie, como se sabe, termina la semana que viene en los USA, después de cinco temporadas. Parece que aquí, al menos vía satélite, Fox la va a empezar a emitir. Por si les interesa, como primera aproximación al vampiro con alma, aquí tienen estas reflexiones donde se rasca un poquito la superficie de todo lo que puede encontrarse en las aventuras de Angel y sus adláteres
Les comentaba que la tele parece que se convierte, para los que nos gustan las historias, en el último reducto donde ver que esas historias se desarrollan y se desarrollan bien. O simplemente como se merecen.
Ahora que los tebeos se dedican a mirarse el ombligo y a hacer referencia de sí mismos y refocilarse en sus limitaciones características como si fueran algo que tomarse a risa y a decir qué chulis somos por lo tontitos que somos (algo que vengo observando para mi dolor en el último trabajo de Alan Moore que ha llegado a mi retina, el largamente esperado Supreme), y cuando no se coarta la necesaria capacidad de expansión de la historia a las 22 paginillas de rigor con muchas viñetas grandes donde se sacrifica la narración a la espectacularidad y las viñetas de impacto a todo lo demás, yo voy e insisto en que el mejor tebeo que estoy viendo últimamente en imágenes móviles es, como pasara con Buffy, ni más ni menos que el spin-off que saliera de esa serie, Angel.
En la serie Buffy, si alguien la ha visto, la recuerda o leyó mi propaganda en algún Dolmen pasado, se nos había presentado a un alto y cuasi-frankensteniano morador de la oscuridad que respondía al nada adecuado nombre de Angel, un vampiro renegado que había renunciado a beber sangre humana al haber sido víctima de una maldición zíngara que le devolvió el alma y, con ella, el remordimiento de todas las víctimas (y, creedme, tuvieron que ser muchas) que había ido sembrando durante más de cien años por toda Europa en compañía de su bella mentora Darla y la parejita de vampiros que habían ido creando a su vez como lacayos: el inquietante Spike y la no menos turbadora Drusilla.
Los dimes y diretes de la relación amorosa entre Buffy y Angel (y ríanse ustedes de las tribulaciones de Peter Parker o la insatisfacción de Jean Grey) tocaron fondo (literalmente), cuando el acto de consumar el amor entre ambos desembocó en la letra pequeña de la maldición, o más exactamente, en la vuelta al yo perverso y maligno de Angel, ahora llamado Angelus, una versión Hyde del vampiro bueno que... eso, que riánse ustedes de la dicotomía Bruce Banner/Hulk o cualquier otro personaje con esquizofrenia llevada al límite. Los fans de la serie de Buffy coincidirán conmigo que fue en ese punto cuando David Boreanaz, el actor que encarna al vampiro, que hasta entonces nos había parecido algo sosito, nos ganó literalmente la partida. O lo que es lo mismo, haciendo de malo malísimo, Angel era un personaje muchísimo más interesante que siendo bueno: cínico, sádico, imponente con sus dos metros de gabán negro y pelo de pincho. Y, para los que hemos seguido la historia en versión original, los matices burlonamente amorales de su voz y, sobre todo, su risa.
Joss Whedon, David Greenwalt et company son, sobre todo, unos linces. Ya se dieron cuenta a mitad de la tercera temporada de Buffy que la cazavampiros y el vampiro bueno (o malo) no podían estar toda la vida tirando de la margarita. Que no eran personajes de tebeos, vaya. Y Angel se fue con la música a otra parte, a su propia serie, llevándose además al bombón de Cordelia Chase, el equivalente a Mary-Jane Watson en Buffy, a quien empezaba a notársele ya un pelín demasiado mujer para encarnar a una adolescente (y es que Charisma Carpenter es mucha mujer, oigan).
La serie Angel, que originalmente se emitía en los USA justo detrás de la serie de Buffy (lo que propició algún crossover interesantísimo que podía seguirse sin esperar un mes ni levantarse siquiera del sillón), nos cuenta la vida actual (con abundantes flashbacks) de un Angel taciturno, diferente del Angelus maligno y del Angel tristón que habíamos visto hasta ahora, instalado en la ciudad de Los Ángeles y convertido en una especie de superhéroe de la noche ("El vengador oscuro", como le llama una de las veces la propia Cordelia). Como un puro tebeo de Batman. Como un puro tebeo de Daredevil. O mejor: como quizá deberían ser los tebeos o las pelis de Batman y Daredevil.
Angel y sus secundarios, magistrales todos ellos (desde la propia Cordelia al demonio irlandés Boyle, desaparecido pronto, y el ex-vigilante-instructor-de-cazavampiros británico Wesley Wyndam-Pryce) forman un equipo de detectives de lo oculto que nunca abjura de su vocación de tebeo en imágenes. Las alusiones a los superhéroes son abundantes, fruto del agradable batiburrillo cultural del whedonverso. Las oficinas destruidas y luego el viejo hotel abandonado remiten a Batman, la batcueva, Daredevil y su gimnasio sin el menor disimulo. La relación entre los personajes recuerda el triángulo clásico Matt Murdock/Foggy Nelson/Karen Page. En seguida aparecerá en escena un joven afroamericano curtido en la lucha callejera contra vampiros, un personaje cuyos matices hacen palidecer al Blade a quien recuerda. Toda la segunda temporada de la serie se basa en una deconstrucción que, en el campo de la historieta, sólo hemos visto en "Born Again". Y hasta los malos de la serie, los abogados de Wolfram & Hart, tienen ese aire de personajes misteriosos y cuasi invencibles que sólo se dan en los tebeos, aunque son muchísimo más sádicos y visten trajes de Armani en vez de mallas de colores raros.
La tercera temporada, que acabo de terminar de ver (y ya la segunda temporada, con la posibilidad de que Angel vuelva a caer en el reverso tenebroso de sí mismo resulta atractivamente angustiante), nos da un hijo al vampiro, una especie de mutante ágil y peterpanesco que, para no ser menos, odia a su padre por uno de esos equívocos que a todos nos encandilan: Connor, el hijo de Angel, fue raptado por un puritano cazavampiros, enviado a otra dimensión y devuelto apenas dos semanas más tarde convertido en impetuoso adolescente. ¿Verdad que nos recuerda a muchas cosas?
Puro tebeo. Pero mejor que los tebeos. Por todo eso que ya hemos comentado muchas veces: porque los personajes evolucionan de verdad. Porque los matices aventureros, humorísticos, trágicos y de pura acción están perfectísimamente equilibrados en los 42 minutos justos de cada episodio y en los 22 episodios de cada temporada. Porque los diálogos son sabrosos, inteligentes, rápidos, cargados de dobles, triples, cuádruples sentidos. Porque los guionistas (y son muchos) entienden a la perfección cómo son y de qué pie cojean los personajes (y, supongo, los actores) y son capaces de encontrar el equilibrio perfecto entre pasión y razón, entre televisión de entretenimiento y televisión de autor. Porque es una serie que demuestra que puede hacerse escapismo adulto y enriquecer con conversaciones jugosas, con escenas de sexo liviano, con peleas que no entorpecen el desarrollo de una trama, sin insultar la sensibilidad ni la inteligencia del público al que van destinados. Porque no hay miedo a seguir adelante. Porque no hay vuelta atrás. Porque se sigue explorando la psicología de los personajes, que son maduros y saben que hoy pueden pensar y sentir de una manera y mañana de otra y, sin embargo, seguir siendo ellos mismos.
Creedme: llevo muchos años viendo pelis y leyendo libros y tebeos. Cada episodio de Angel, como Buffy, siempre es capaz de sorprenderme. La troupe de creadores va siempre por delante de mí (y se supone que, como escritor de ficción, uno tendría que esperarse cómo va a desenvolverse más de una trama), y me tiene agarrado al DVD y robando horas al sueño en busca de más historias. Son esos detalles de genialidad los que me dejan, insisto que en cada episodio, boquiabierto. Y eso que ni siquiera os he hablado de Darla.
Hay dos cosas, no obstante, que me preocupan.
La primera es por qué los tebeos no se hacen siguiendo los parámetros con los que se hacen estas series, sin concesiones a la galería y ofreciendo un concepto del superhéroe que va mucho más lejos que lo que ahora consideramos que es la nueva forma de enfrentarse al subgénero. Angel y Buffy (y los posibles spin-offs que puedan surgir de ahí) son superhéroes de la generación de nuestro tiempo. Y no tienen por qué decir obscenidades ni jugar a epatar al lector cada viñeta, ni ser unos fascistas de campeonato entre chistes de mal gusto.
Lo que diferencia a Angel de los personajes a los que se parece o en los que directamente se basa es que Angel tiene una misión con la que el espectador puede identificarse. Lejos de buscar la aventura por la aventura o la venganza por la venganza (y no hablemos del contrasentido de un abogado defensor que le da caña por las noches a los mismos tipos que puede defender al día siguiente en el juzgado), Angel es la historia de una imposible búsqueda de redención. Y si no puede redimirse él mismo (y tal como hemos visto que son los vampiros según Whedon es muy difícil que Angel pueda alguna vez dejar de sentir la culpa por lo que ha hecho), Angel se contenta con redimir a los personajes a quienes puede ofrecer su ayuda: uno de los más bellos momentos de la serie (y los hay a puñados) es la visita de Angel a la cárcel donde purga sus culpas la cazadora renegada, Faith.
La otra cosa que me preocupa, y lo digo absolutamente en serio, es que me empiezan a interesar mucho más este tipo de historias que sólo encuentro en DVD y en extranjero que los tebeos.
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