A petición del respetable, el primer artículo proselitista que escribí, hace unos años, cuando apenas había visto la cuarta temporada de la serie. Se publicó en Dolmen y fue, quizás, el inicio de una larga amistad.
No sé si saben ustedes que las versiones cinematográficas de los personajes de historieta, desde siempre, me traen al pairo. Hace tiempo que sé que ninguna, ninguna, va a ser capaz de ofrecer más que un uno por mil de lo que ofrecen los tebeos, y que lo más probable es que se cambien detallitos nimios y detallazos importantísimos por aquello de que son medios diferentes (?) y que el guionista de la peli tiene que justificar que es más listo que el guionista de las historietas.
No he visto ni una sola versión de personaje de cómic en pantalla que esté a la altura de como era ese personaje originalmente. De decepciones tengo un baúl de recuerdos lleno: desde la versión que hizo Henry Hattaway de un Príncipe Valiente que daba algo de rubor hasta la más reciente peli de pseudo-animación de Spider-Man, sin olvidar los destrozos que el propio Moebius perpetró sobre Litle Nemo o el viaje cuasi-lisérgico que Warren Beatty realizó con Dick Tracy, un capricho incomprensible ad maiorem Dei gloriam.
O sea, que me importa un rábano que salga bien la peli de los 4 Fantásticos, la de Hulk, la de Corto Maltés o -un suponer- la de XIII. Las películas son siempre el primer número de una serie (siempre, porque además hay que presentar el origen del malo), y ya sabemos que la gracia de los personajes del tebeo está en la historia que van arrastrando hacia su futuro, la evolución que se hace de sus personalidades, con continuidad o sin ella.
En el campo de los superhéroes, Hollywood nos ha robado los iconos del único género que parecía original y exclusivo de la historieta. Ahora que los efectos especiales están, más o menos, a la altura de esas imposibilidades físicas que pueden dibujarse sin pestañear (o sudando mucho y con enormes dolores de espalda), casi parece (como consiguieron arrancarle en unas declaraciones a art spiegelman el otro día en Calle 13) que lo normal es que los tebeos les dejaran al cine via expedita y se dedicaran a contar otro tipo de historias con otro tipo de personajes. No caerá esa breva. Los tebeos siguen empeñados en servir de carne de cañón para el cine, bien suministrándoles personajes para que los destrocen y exploten a placer, bien reciclando a dibujantes (y hasta a guionistas) para convertirlos en diseñadores de producción o simplemente encargados de story-boards. Sea como sea, la historieta está perdiendo la batalla y, en su ceguera industrialista, se niega a darse cuenta.
Porque el cómic no tendría que necesitar del cine para sobrevivir. Y, siendo lógicos (y parece que el dinero no lo es), el cine tampoco tendría que tirar de los tebeos para hacer películas. Vale que en todas partes hay falta de imaginación, pero no podemos decir que hoy por hoy haya millones de personas ávidas de ver en carne y hueso a personajes de papel, y el personal se sigue preguntando para qué puñetas se compran los derechos de From Hell para acabar haciendo una película más de Jack el Destripador... una historia que no devenga derechos. El auto-plagio (por aquello de que es el jefe, no otra cosa) que Avi Arad hace de los X-Men de toda la vida con la serie Mutante X es ya cuestión de juzgado de guardia, oigan.
El cine y sobre todo la tele son más listos que la industria del tebeo. Y saben que, si no compran los personajes, se puede adaptar más y mejor los conceptos de los tebeos a sus propios medios. Es ocioso señalar a Indiana Jones como heredero de Johnny Hazard, a Star Wars como trasvase de Flash Gordon, o al aventurero O?Connell (de La Momia) como heredero de Turlogh O?Brian y Conan de Robert E. Howard. Los personajes de Matrix son más Patrulla-X que la Patrulla-X, a la que acabaron por influir en cine y luego en los cómics, y hasta en bodrios infumables como La celda se nota que los guionistas imaginaban a Jennifer López haciendo de Ororo Munroe. Echenle ustedes un vistazo, si pueden soportar la peli y no se distraen mirando las excelsas posaderas de la nena.
A la luz de lo que, para la historia de Spider-Man ha supuesto la peli de Sam Raimi (cuyos Hércules y Xena televisivos son más Conan y Red Sonja que el Conan y la Red Sonja de la tele, a pesar de que haya por medio un guionista llamado Roy Thomas) podemos observar que la historia de Peter Parker, de sus amores y sus desamores, de su lucha por la supervivencia en el high school y luego en la universidad, con sus enfrentamientos a supervillanos y su grupito de secundarios que acabarán por ser tocados por la muerte no podía ser contado en un largometraje de dos horas. Ni en cuatro ni cinco.
Hacía falta la televisión.
Y muy inteligentemente esos mismos conceptos del adolescente que intenta abrirse paso a puñetazos (y a patadas, que son coreográficamente más lucidas) se están explotando ya en una serie de culto llamada Buffy cazavampiros.
Si han seguido ustedes la serie, habrán visto que las coincidencias con cierto trepamuros son, más que casuales, exquisitas: madre en la inopia que acaba enfermando como una juvenil tía May, chica marginada que se suelta el pelo y caza vampiros y monstruos mientras le da a la lengua, un instituto lleno de frikis donde el personaje de Xander remite al propio Peter Parker, la guapa Cordelia que borda el papel de una descerebrada Mary Jane Watson contemporánea, un hombre lobo llamado Oz por abreviatura de su apellido Osborn... todo en medio del viaje iniciático y único que es la vida.
Los referentes a los tebeos se multiplican cuando vemos que no sólo de Spider-Man vive Buffy: el mentor, guardián, vigilante o como traduzcan cada temporada la profesión de Giles el bibliotecario se equipara al profesor Xavier (y una ojeada a su pasado nos lo revela como John Constantine); la inseguridad vital de Willow la hace parecer un cruce entre Kitty Pryde y Loba Venenosa; el vampiro con alma que es Angel y su contrapartida maligna Angelus recuerda los tormentos de Cíclope o Estela Plateada o el mismo Morbius; el simpar Spike, el vampiro controlado por un chip que le impide morder pero no descargar su mala baba lingüística le hace adoptar el papel cascarrabias de un Lobezno; el nuevo novio de Buffy, el fortachón Riley, es una versión adolescente del Capitán América (hasta tiene un sidekick negro), y el grupo al que pertenece, la Iniciativa, parece una especie de SHIELD dedicado a experimentar con vampiros y seres del inframundo como si fueran una Bóveda puesta al día. El malo de la cuarta temporada, Adam, se parece al cyborg Deathlock como una gota de agua a otra, ojo rojo incluído.
Los jocosos diálogos hacen continuamente referencia a situaciones de tebeo, a Clark Kent, Supermán, Batman, los Vengadores, los 4 Fantásticos y... sí, a Spider-Man. Cuando un asombrado Riley le comenta a Buffy sobre sus superpoderes (porque no se cortan y hablan en esos términos, faltaría más), no puede por menos que decir: "Tienes superfuerza, como Spider-Man". Y la Cazadora le responde: "Sí, pero no me pego a las paredes". Cuando el enfermero del hospital se sorprende de lo mismo y ella no sabe explicarle de dónde viene su fuerza, el propio chaval dice: "Ya sé, te picó una araña radiactiva".
La serie además adopta el equivalente de lo que son las splash-pages iniciales de los comic-books: los episodios suelen comenzar con Buffy paseando por el cementerio, dándose de leches con los vampiros de turno, o posando directamente, cual Daredevil, sobre los mausoleos y las tumbas.
Más que la peli o las pelis que hayan de venir de Spidey, todo lo que hemos leído en cuarenta años del personaje se puede encontrar hoy en Buffy: hay spin-offs a otras series (Angel, y se comenta que una nueva con Giles) y hasta crossovers; un reverso-tenebroso al estilo Venom o clon llamado Faith; muertes y resurrecciones como no podía ser de otra manera...
Y sin embargo en sus siete temporadas Buffy ha ido más allá de donde pueden o saben ir los cómics: de ser un puñado de adolescentes (llamados en jugoso juego intertextual The Scooby Gang, uno más de los chistes que se pierden en la versión española) han ido convirtiéndose en adultos, y el sexo y los comentarios sexuales se han ido adueñando de sus feromonas y de sus vidas. Dudo mucho que en un tebeo mainstream que no cuente con el beneplácito del por-ser-vos-quien-sois-mister-Morrison se pueda contar, como en uno de los episodios, que Buffy y Riley se pasan follando todo el capítulo, despertando un poltergeist de niños sometidos a una estricta disciplina.
La serie de Buffy además no se toma a sí misma en serio: cuando hay que hacer un episodio mudo, se hace; cuando hay que hacer un episodio musical, allá va; si es necesario convertir a un personaje en bruja lesbiana, se tira adelante sin pensárselo dos veces, y si alguien se escandaliza, que se jorobe. El sentido de la experimentación lleva a presentar capítulos oníricos o momentos de puro drama, escenas de sangre y tripas con comentarios humorísticos llenos de referencias a la cultura pop. Los personajes entran y salen, se marchan, mueren, cambian.
Y no se tiene miedo al cambio.
Porque se asume que Buffy es una serie con fecha de caducidad, como toda la televisión: un día acabará, las luces se apagarán y los actores se irán a interpretar otra cosa.
Dentro de cuarenta años, la tele del futuro estará explotando otro filón.
Si sobreviven, seguro que los tebeos estarán contando por enésima vez la nueva gripe de Spider-Man.
Comentarios (22)
Categorías: Buffy y Angel