Para que luego digan que es igual ser niño que niña. Estos disgustos no me los da Daniel, desde luego, y tampoco puede decirse que el chaval se líe a usar ametralladoras y escopetas con tapón y demás juguetes bélicos, que no los tenemos en casa (aunque yo los tuve y, ya ven, hoy creo que soy pacifista).
Esta Laura me tiene a mal traer. A un mes de cumplir los ocho añitos y no vean, con el muñeco aquel que le trajeron los Reyes, el Orlando Lilou, o como se llame, un muñequito mono, vale, pero que me pone de los nervios (me dan miedo, entre otras cosas, los muñecos). Pero es que ella se ha tomado muy en serio eso de ser mamá de un juguete y va a todas partes con el muñeco en ristre, como las gitanas de las ferias, y lo peor de todo: haciendo vocecitas por el muñeco, y diciéndome con voz de flauta: "abelo abelo".
Y por ahí no paso, no señor. Me trae loco la vocecita, el tener que recibir las carantoñas del muñeco antes de que Laura se acueste y cuando Laura se levanta, y la cantinela "abelo abelo" a todas horas. Que no quiero. Que por lo menos, le digo, que hable bien, con todas las consonantes y sus diptongos y sus sinéresis y sus sinalefas. Pero no hay manera.
Lo peor de todo, que mi mujer se está contagiando y también le da por jugar con Laura y con Orlando Lilou y hace las mismas vocecitas. No sé si tengo una familia o si vivo en una base de entrenamiento de émulos de José Luis Moreno. Chucki el puñetero, se me antoja este muñeco.
Y para colmo yo, abstraído y absorto en la redacción de mi historia detectivesco-navideño-pornográfica, ando a todas horas hablando en gaditano cerrado, diciendo mucho de Cadi-Cadi y güeni-güeni y esto es de categoría.
Un caso, oigan.
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