No sé si leyeron ustedes ayer, en El País, el chiste magistral de Forges. En esos monigotes, con esos bocadillos tan característicos suyos que nadie ha sabido imitar, la reflexión como un trompazo en las narices.
Llevo tiempo pensando en los mismos términos, y como no tengo la capacidad de síntesis del maestro, permítanme ustedes que me explaye un poco y rellene el artículo de hoy, por si la semana que viene me la tomo libre. No soy asiduo de foros de internet, más que a aquellos donde se habla de ciencia ficción o de tebeos, de cine y libros, con los consabidos off-topics. Normalmente, huyo de las polémicas políticas como de la peste. Pero estos últimos días, a raíz del atentado (qué lejano nos parece ya, y qué cercano lo sentirán todavía los familiares de las víctimas) y, sobre todo, tras los resultados de las elecciones, me he ido asomando a los foros digitales de algún periódico.
Y me vuelvo horrorizado de lo que ahí se dice. Sabemos que el periodista objetivo es una entelequia, que a nadie convencerá un opinador si publica en un periódico que ideológicamente no nos baila el agua, por más que haya un buen puñado de profesionales que demuestran un equilibrio y un saber estar envidiable. Me vuelvo horrorizado no por los que firman los artículos de opinión, conste, sino por los que opinan luego los lectores a raíz de esos artículos. Me vuelvo horrorizado y con miedo.
Porque ahora que parece (parece, atención al verbo, plis) que nuestra clase política se instala en el diálogo, ahora que se aboga por el respeto, aunque sea de boquilla para afuera, no hay más que leer lo que se dice y cómo se dicen las cosas que se dicen en los foros informáticos. Dan pena. Y mucho espanto. No son dos Españas, son treinta y cuatro. Amparados en el pasamontañas de un nick, se sueltan barbaridades que uno no imagina que se pudieran decir, ni pensar, siquiera estando borracho.
Hay odio en esos textos, el insulto está a la orden del segundo. Y no, no es eso. Flaco favor le estamos haciendo a la situación de este país, y a la de la prensa, y a la de la democracia misma, si sólo basamos nuestros argumentos en la amenaza, la grosería, la agresión verbal, el deseo de muerte al contrario. No es eso. Internet es, quizás, el logro máximo que la humanidad ha conseguido en su búsqueda de comunicación y de libertad de expresión. Y, por eso mismo, hay que cuidar ese tesoro. Al amparo del fácil acceso a la red, cualquier energúmeno (y aquí pueden incluirme ustedes si quieren) pontifica sobre lo divino y lo humano y, como la reina de corazones de Alicia, pide que se corten cabezas, y lo mismo hasta alguno sería capaz de hacerlo.
No todas las opiniones son iguales. No todas pueden ser tenidas en cuenta. Y me gustaría que, cuando esa gente instalada en la descalificación (y no son de un solo signo político, sino de treinta y cuatro, ya digo) se pone teclas a un ordenador, se pensara dos veces lo que va a decir, y para qué va a decirlo, y si merece la pena escupir al viento.
Periódicos como El Mundo quitaron hace tiempo sus foros online, quiero imaginar que porque aquello no era más que un guirigay continuo de gente peleándose e insultándose. El acceso a la red, la capacidad de comunicación, deben servir para algo más que para darle palos sin sentido al contrario. Porque si no, cuando venga alguien con la censura, ya será demasiado tarde para ponerle remedio.
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